Todas las sociedades tienen en su “tradición”, el cordón umbilical que les ha permitido explicar su origen y forjar los elementos que han ido construyendo su identidad. La “tradición” se centra sobre la repetición y se explicita con la realización de festividades que son el escenario donde se pretende evidenciar las costumbres que han cohesionado los elementos simbólicos y han generado imaginarios colectivos, no siempre ligados a la racionalidad. Las tradiciones no son exclusivamente para recordar idílicamente el pasado, sino también sirven como medio para dejar testimonio de la evolución de la sociedad.
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Tanto la tradición como la cultura son constructos sociales y ellos reflejan la gran complejidad y las diversas visiones de mundo que chocan en su interior, lo cual explica, por ejemplo, que la representación de dolorosas etapas como la esclavitud y conquista sean tratadas, no como logros de la sociedad, sino como imposiciones externas que han logrado ser superadas en la búsqueda de autonomía y libertad. La visión contemplativa y repetitiva de nuestro pasado no puede quedarse anclado en un listado de actividades que se han ido desgastando con el paso del tiempo y que no se han renovado con aportes investigativos que permitan construir una nueva tradición.
Desafortunadamente lo que en nuestro medio se llama “tradición” ha sido tergiversado groseramente y cuando se hablan de las fiestas, inmediatamente aparece un invitado que se camufla: el licor. Los gobernantes, que muy poco manejan estos temas, lo primero que hacen es organizar una juerga para que el pueblo se embriague y desahogue sus instintos primarios. Con ello no se pretende culturizar, sino simplemente buscar réditos económicos.
Hoy las corralejas y cabalgatas, se han convertido en un maltrato despiadado a los animales, ha perdido su condición simbólica, pues no aporta absolutamente nada al desarrollo cultural. Estas actividades se imponen como reminiscencias de un grupo social para festejar el poder perdido e insistir en mirar el mundo con una visión anacrónica. El pueblo cae en la trampa, muchos se embriagan y se lanzan al ruedo de la muerte, para deleitar con su dolor al amo. En las calles las cabalgatas, feria de vanidades, expone toda la parafernalia de un poder medieval que solo desorden y caos deja a su paso.
Las palabras del alcalde del Espinal ante la tragedia, es una muestra patética de lo dicho y demuestra la ineptitud para manejar un pueblo. Él, que es responsable directo por omisión, se justifica ahora hablando de que ese comportamiento es una “tradición” de muchos años y cínicamente decreta tres días de duelo por los muertos y heridos, mientras afirma enfáticamente: “Las celebraciones seguirán su curso, porque suspender las fiestas es un duro golpe a la economía del municipio”
¡Qué siga la fiesta!
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