¿Debo sentir miedo?

Luis Fernando Garibello Peralta

Las tres veces que he estado cerca a la muerte no lo supe.
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La primera al nacer; ningún pediatra sabía lo que me pasaba y mis padres en un gesto amoroso de fe, me bautizaron en la iglesia católica, pues querían que su hijo menor llegara rápido al cielo antes de lo inevitable, un problema originado en las mismas entrañas por poco me saca del juego antes de cumplir un mes. La segunda; estando en décimo grado del colegio, bajaba del páramo Tolimense en una yegua mora, y después de un largo camino, el animal tropezó, rodamos 10 metros hacia el vacío, exactamente sobre la cascada enorme que hay junto al famoso “rancho” sito conocido por sus aguas termales, la pericia de mi padre y unos bejucos sostuvieron al binomio impidiendo que cayera a un abismo miedoso. La tercera y mediando los noventas, en plena adolescencia y en la madrugada del día de mi cumpleaños número 22, un accidente de tránsito pudo haber sido uno de esos momentos horribles por decirlo menos.

Y una última que sin ser evidente la proximidad a la muerte, si fue un susto de esos que nos dejan la barriga hecha un desastre. En el año 2008 trabajaba para Finagro y la Gobernación, decidí visitar Gaitana desde Planadas como había sido mi interés durante meses, la situación en materia de orden público aún era difícil, habíamos hecho unas reuniones en la región pujante con cafeteros con el fin de buscar escenarios de bancarización y empresarización, al terminar la jornada y de regreso hacia Planadas habiendo avanzado un kilómetro por la carretera, dos motociclistas nos abordaron a toda velocidad y pitando hicieron que se detuviera el campero uaz en que nos movilizábamos, de inmediato preguntaron si allí iba Garibello; el susto no fue menor para todos, afortunadamente, se trataba de amables jóvenes que en los apuros de nuestra salida por razones de seguridad, habían encomendado entregarnos unos presentes: magníficas muestras del mejor café suave del mundo como gratitud, pues nunca antes había ido funcionario alguno a hablar con ellos de estos temas tan necesarios.

Sin embargo, un recuerdo en verdad imborrable, lo tuve estando en primaria. Un lunes, en la formación que hacían de rigor para iniciar con ánimo la semana, el saludo de la profesora fue contundente; nos informó que el papá de Alejandro, un amigo nuestro de salón había perdido la vida por un accidente de tránsito el día anterior, no sé por qué nos dijeron esto así, pues no nos preocupábamos por nuestra existencia menos por la de los demás. Lo primero que pasó por mi cabeza y aún retumba fue una tristeza enorme y pensaba, como un niño de 7 años puede soportar esto, su padre nunca más estaría con él, no jugaría con él, no tendría padre pensaba yo, y esto nos lo recordaba a diario el mural que el papá de Carvajal, había pintado; un inmenso rostro de Jesucristo con su corona de espinas en el muro blanco que tenía en ese entonces la capilla del San Luis Gonzaga que daba hacia el enorme patio de cemento. Treinta y pico de años después, acompañé a un amigo a las exequias de su madre quien luchó por años con una enfermedad. En la ceremonia religiosa, el hermano mayor de mi amigo, casado y con hijos leía desconsolado unas las palabras dedicadas a ella: …qué difícil era despedirla pues la tuvo muchos años a su lado, pensando que ya no la vería más y que su sufrimiento era mayor que si la hubiese perdido siendo niño, pues tal vez los recuerdos ya la habrían borrado de su mente, esas palabras provocaron un “deja vu” inmediato en mí, llevándome de nuevo a la noticia del lunes siendo un niño de colegio, esta vez al contrario, pues el interrogante en mi era enorme. Por qué digo esto hoy? no es difícil adivinarlo: el Covid, su estrecha relación con la muerte y su contagio que parece inminente a cada ciudadano del mundo entero, las matemáticas son contundentes.

Jorge Luis Borges dijo alguna vez que la diferencia entre los hombres y los animales era que los primeros vivían pensando en la muerte. Sin embargo agrego yo, los últimos tienen algo muy fuerte que nosotros no: su instinto de supervivencia, les preocupa mucho su existencia y mantenerla, por eso pocas especies dentro del reino animal buscan la muerte y no llegan a suicidarse como si los hombres cuando tienen la necesidad apremiante de dejar de sentir, por eso desde siempre nosotros hemos accedido a estados alterados en nuestra conciencia por medio de métodos: químicos, mentales: la droga el alcohol, los trances… pues la conciencia del ser y del estar, es una tortura permanente. No sé qué pasará en lo que resta del año, no sé si seguiré existiendo materialmente o alguno de mis familiares, amigos, conocidos, no lo sé! estoy tranquilo, pues creo que este momento es único en la historia de la humanidad desde cuando desaparecieron los neandertales y se dio paso a un nuevo hombre. Un castigo, ¿una señal? Cada uno tendrá su teoría y debe sentirse bien con ella, la mía está fundada en lo espiritual desde mi convicción y fe católica, creyendo que el paso por este mundo es esto, una parte de un “examen” de amor principalmente, amor no literalmente con otra persona químico por decirlo de alguna manera, amor en cada cosa que haya hecho: en el estudio, el trabajo, con los demás en especial con los que por muchas razones no han tenido un paso agradable por esta vida, lo que hoy todos hablan usando la palabra empatía, yo creo más en la solidaridad. Que se haya edificado un imperio desde lo material, realmente no ha sido mi desvelo, sin ser irresponsable por supuesto, pues trabajo formalmente desde los 16 años, lo que sucede es que siempre he creído que primero debe el hombre ser feliz en cada cosa que haga, no siendo por supuesto el día a día en ocasiones un manjar, buscar la fama tampoco es una invocación constante, simplemente se es feliz y punto.

A muchas personas les estará preocupando dejar “arreglado” todo, su patrimonio y con este, los líos que pueden armar entre sus herederos, y estos últimos haciendo sus cuentas mortales, otros humanos llevan días pensando en hablar con algún familiar o amigo que hace mucho no lo hacen, pues razones nos sobran a los humanos para discutir, yo me quedo por si acaso, con la tranquila frase que Terence Mann en la película “El campo de los sueños” hace a su interlocutor antes de adentrarse en el cultivo de maíz de donde salían cada noche a jugar los fantasmas de los beisbolistas más famosos y que lo habían invitado a irse con ellos: me va a doler? Preguntó riéndose con la tranquilidad en su alma, mientras se desvanecía entre el maizal enorme. Y aunque no creo que la tierra es el infierno de otros planetas como lo dijo Paul Eluard, si creo firmemente que la eternidad se vivirá en dos escenarios: uno muy bueno y otro horrible. Durante una extensa y dura conversación entre el Padre Pío con un hombre quien se calificaba como ateo, el Santo de Pietrelccina le dijo: usted no cree en el infierno, no se preocupe, ¡creerá cuando llegue a él… estos sin son temores! Creo en Dios, esta es mi tranquilidad, creo en él y en la profunda convicción de la última frase que Jesús pronunció en la cruz y dirigió a su Padre, nuestro Padre.

LUIS FERNANDO GARIBELLO PERALTA

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