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Su contenido, respetuoso, con algunas chispas de humor, con intentos interpretativos de lo que está sucediendo en estos momentos con la acción pastoral y litúrgica de la Iglesia, y con un trasfondo de preocupación en el que adivina una muy sana y legítima inquietud. Y su colofón, su interrogante final, éste: ”Una nueva Iglesia?
Me tomo la libertad de hacer una muy cordial glosa a lo escrito por el Doctor Marulanda.
El hecho, que nosotros los sacerdotes lamentamos mucho más que los fieles laicos, de tener los templos cerrados, no es otra cosa que un acto de responsabilidad, por un lado, y de docilidad y acatamiento a las disposiciones de la autoridad, por otro. Créame, respetado doctor Marulanda, que ese hecho significa para nosotros un sacrificio y es un motivo de pena; a mí, que tengo como labor pastoral el ayudar a la formación de los futuros sacerdotes, me hacen falta los alumnos, que fue necesario enviar a pasar la cuarentena con sus familias; y me hace falta poder celebrar la Liturgia, especialmente la Santa Misa, presidiendo una comunidad de fieles; y puedo asegurarle que a nuestros párrocos les causa mucha pena el no poder reunir diariamente a los feligreses para, con ellos, celebrar la Eucaristía, y no poder responder al deseo de muchos de recibir la santa Comunión sacramental, o las palabras y signos del perdón de Dios en el Sacramento de la reconciliación. Más que nadie, le repito, nosotros esperamos con ansia que se autorice la reapertura de nuestros templos; pero vivimos esa esperanza con un profundo sentido de responsabilidad y conscientes de que debemos acatar las disposiciones de la autoridad.
Eso por una parte. Por otra, y con el deseo de no privar totalmente de asistencia y de acompañamiento espiritual a la comunidad, acudimos a las estupendas posibilidades que nos brinda hoy la tecnología, y valiéndonos de las diversas plataformas y recursos que ella tiene, invitamos a quienes lamentan no poder asistir al templo, a unirse a las celebraciones, y a escuchar la palabra de Dios a través de los medios, y a colmar su hambre de Dios con la Comunión espiritual, y a nutrir, con todo ello, su fe. No nos pasa por la cabeza, por supuesto, que esto sea lo ideal; lo tomamos y lo vivimos como algo provisional, que durará tanto como duren la prohibición de convocar grupos numerosos y el deber de evitar lo que pudiera favorecer el contagio. No es una substitución de la celebración de los sacramentos.
Describe el doctor Marulanda, con algo de ironía, la forma en que tal vez algunos siguen a través de los canales, las celebraciones: arrellanados en un diván, tal vez en pijama, con una taza de café en una mano y el móvil en la otra….y otros detalles por el estilo; y establece un parangón entre esas circunstancias y la grandiosidad sobrecogedora del templo, el recogimiento que él provoca, y la monodia del canto gregoriano (entre otras cosas, el gregoriano no es monodia…). Pues, respetado doctor John, no es eso lo que, transmitiendo las celebraciones a través de los medios técnicos, queremos; nuestra invitación es a seguirlos con recogimiento y en actitud de oración, personal y familiar; a volver realidad celebrativa una de las dimensiones que se esconden en la hermosa expresión de la “iglesia doméstica”, convencidos de que el Señor derramará sobre quien así obre las bendiciones y gracias que nos otorga cuando participamos en las celebraciones comunitarias en el templo.
Y su interrogante: ¿una nueva Iglesia?. No, en modo alguno. Nadie puede siquiera imaginar que la Iglesia de Jesucristo pueda ser refundada. Cuando esta acerba coyuntura de la pandemia haya pasado, la Iglesia seguirá, en lo que le es esencial, siendo la misma. El sacramento de salvación establecido por el Señor Jesús para llevar a término el plan salvífico del Padre; la misma Iglesia establecida por el Señor sobre la roca de Pedro y contra la cual nunca podrán cantar victoria las fuerzas del mal. Una nueva Iglesia no; pero tal vez sí, y quiéralo Dios, una Iglesia renovada. Se dice ahora con insistencia que después de esta tragedia, no seremos los mismos, que el Estado no será el mismo, que todo será distinto. Pues de nuestra santa Iglesia hay que decir: no será una nueva Iglesia, pero sí, ¡hágalo Dios!, una iglesia renovada. Que encarne mejor las líneas trazadas por el Vaticano II; más cercana al pobre, al marginado; en la cual los fieles laicos encuentren más espacio para ejercer su sacerdocio bautismal; con un lenguaje más semejante al de Aquel que nos hablaba en parábolas sacadas de la vida de los hombres; que sea más familia, y redil, y menos tribunal o aduana, como ha dicho el Papa; una iglesia más pascual, más transida de alegría y más capaz de infundir esperanza en medio de los avatares de la vida; menos adusta; más capaz de revelar el rostro del Dios de la misericordia; más lúcida para percibir e interpretar los signos de los tiempos; más levadura en la masa, más luz para el mundo, más sal de la tierra…No una nueva iglesia; sí, una Iglesia renovada por el Espíritu. Y eso, tan hermoso, depende de todos nosotros; sacerdotes y laicos; si, dóciles a la Gracia, que en este desierto de la cuarentena nos está urgiendo en lo íntimo de nosotros mismos para que nos encontremos con Dios, salimos renovados espiritualmente, seremos no una nueva Iglesia, pero sí una Iglesia renovada.
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