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Monseñor Joseph Nawmann, Arzobispo de Kansas, le ha pedido al recién elegido Joe Biden que no continúe presentándose como católico. Otros prelados han hecho lo propio; y Monseñor José Gómez, presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, ha manifestado su preocupación, y afirmado que Biden causa desconcierto, perplejidad y desorientación en la comunidad católica.
Y es que el presidente norteamericano se declara católico ferviente; en su discurso de posesión trajo a cuento a San Agustín, juró sobre un viejo ejemplar de la Sagrada Biblia e hizo alusión a la doctrina social de la Iglesia, y ya colgó en su despacho una gran fotografía en que aparece saludando al Papa Francisco. Pero a lo largo de su campaña se manifestó reiteradamente en favor de las políticas abortistas; y casi de inmediato tras su posesión, firmó, entre sus primeros decretos, la revocación de la norma que prohibía que el Estado financiara las oenegés que promueven el aborto; norma establecida desde 1984 bajo el gobierno de Ronald Reagan durante la conferencia de las Naciones Unidas en México, que tiene como base la llamada enmienda Helms, que establece que: “no se pueden utilizar fondos de asistencia extranjera para pagar la realización de un aborto”, y que el presidente Trump había defendido; quiere decir que Biden pondrá desde ahora al servicio de las agencias abortivas los dineros de los contribuyentes; y que dichas agencias de muerte volverán a recibir a raudales los fondos que emplearán en sus campañas de genocidio infantil.
Para dar sólo unos datos: la IPPF (Federación Internacional de Planificación Familiar), poderosísima impulsora de los planes abortistas en el mundo, había dejado de recibir, gracias a la norma en cuestión, la suma de cien millones de dólares; y a la agencia abortista que en Colombia se disfraza bajo el nombre de Profamilia, según su directora ejecutiva, señora Marta Royo, habían dejado de llegarle un millón doscientos mil dólares… Ahora, gracias a la medida adoptada por el señor Biden, contarán de nuevo con semejantes capitales para poder matar más inocentes.
Es ineludible hacerse la pregunta: ¿puede declararse católico quien da semejante apoyo al crimen del aborto? Y más insoslayable aún resulta la respuesta: ¡no! Quien es católico tiene que adherir a los principios básicos de la moral cristiana y respetar la ley de Dios; y ésta, en lo relacionado con la vida de todo ser humano no admite duda alguna, está consignada lapidariamente en el “no matarás” del Decálogo. No es uno católico por lo que dice; lo es por lo que hace. Y la incontestable incoherencia entre la profesión verbal de catolicismo y el favorecimiento del infanticidio masivo, resulta de verdad abominable. Tienen razón los Prelados: deje el señor Biden de presumir de católico. Se es, y entonces se respeta la ley divina, o no se es.
Está, en el fondo de todo esto, el trascendental asunto ético y doctrinal que nuestra fe nos pide encarar; y a la luz del cual el comportamiento de muchos de nosotros resulta totalmente inadmisible.
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