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Es mala noticia porque no es el resultado de un aumento inusitado en la oferta de bienes y servicios, fruto de buenas cosechas agrícolas o de innovaciones tecnológicas que abarataran los precios. Por el contrario, la oferta agrícola ha sido escasa porque varios cultivos fueron afectados por el clima y otros factores, y por eso los precios de los alimentos crecieron mucho más (4,8%) que el IPC sin alimentos (1,03%).
Es mala noticia porque tampoco es el resultado de una política monetaria dirigida a reducir la demanda y así controlar la inflación. Por el contrario el Banco de la República utilizó todos los instrumentos a su disposición para estimular la demanda y reactivar la economía. Emitió más de $35 billones (3,5% del PIB) y bajó su tasa de interés de 4,25% a 1,75%, y los precios siguieron bajando.
Es muy mala noticia porque si la inflación bajó fue por la caída de la demanda generada por la recesión, el desempleo y la pérdida de ingresos de los hogares que mermaron su capacidad de compra, a pesar de los días sin IVA que lo único que hicieron fue desplazar las fechas de las compras. Ante la caída de las ventas, las empresas no tuvieron más remedio que bajar, o por lo menos no subir, sus precios.
Es mala noticia porque refleja el limitado uso que hizo el gobierno de la política fiscal para contrarrestar los efectos del cierre económico que produjo la pandemia. Un aumento del gasto público de menos del 2% del PIB, muy inferior al de la mayoría de los países de la región, fue claramente insuficiente para estimular la demanda ante la magnitud de la crisis.
Es mala noticia porque con una inflación tan baja, este año fue mínimo (3,5%) el aumento del salario mínimo. Como bien dice S. Kalmanovitz el propósito real de estos pichurrios aumentos no es evitar el desempleo sino “garantizar la rentabilidad del sector formal de la economía”, con el agravante de que se utilizó una cifra equivocada. En efecto, según el DANE el aumento de precios para los estratos altos fue 1,17%, mientras que para los pobres fue de 2,27%. Así, el aumento real del salario mínimo –para quienes lo reciben- fue bastante menor de lo que dice el gobierno.
No es la primera vez que hay una baja significativa de la inflación de estas características. En la gran recesión de 1999 la variación del IPC se redujo de 16,7% a 9,2%, y también fue causada por una enorme caída de la demanda, que en esa ocasión sí fue inducida en parte por la subida de tasas de interés del Banco de la República en los dos años anteriores.
La deflación o caída de los precios es hoy un problema mundial. Lo cual sí es un consuelo porque es grande el consenso sobre la necesidad de dejar la ortodoxia y utilizar todos los instrumentos de política para salir de la recesión, aunque suba un poco la inflación.
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