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Puede parecer un despropósito decir que es muy importante la elección del Congreso, cuando las encuestas muestran que es la institución más desprestigiada del país, con un 77% de opinión desfavorable y solo 16% de favorabilidad. La única institución más desacreditada son los partidos políticos con un 81% de imagen negativa, pero en el fondo son los mismos.
No es gratuita esa imagen tan negativa. Los colombianos están ‘mamados’ de sostener a personajes que se ganan en un mes lo que en un obrero se gana en tres años, y que solo trabajan ocho meses del año, además de pagarles teléfonos, camionetas, pasajes aéreos, y que les dan otros $50 millones para pagar sus empleados particulares. Tan atrincherados en sus privilegios, que han negado tres veces la propuesta de reducir en dos meses sus vacaciones. Y ni para que hablar de los escándalos de corrupción de congresistas hoy investigados o en la cárcel; o la forma como se aprueban las leyes. Es un Congreso que mete ‘micos’ a los buenos proyectos del gobierno, o que a punta de mermelada aprueba las malas propuestas que lleva el ejecutivo. Qué tal la derogatoria de la Ley de Garantías en plena campaña electoral, y la presidenta de la Cámara dando instrucciones a un despistado representante: “Anatolio vote sí”.
A pesar de todo eso un buen Congreso es indispensable para el equilibrio de poderes en una democracia, pero solo si está integrado por personas que actúen por el bien público y no por intereses particulares. Las elecciones de congresistas en marzo del 2022 son la oportunidad de renovar esa institución y lograr que senadores y representantes pulcros -que hoy son minoría- se conviertan en mayoría.
No será fácil porque con los requisitos del umbral y la cifra repartidora, algunos partidos cierran los ojos y dan avales a personajes cuestionados pero que tienen buen caudal de votos comprados. Peor aún, congresistas condenados como el senador Pulgar buscan elegirse en cuerpo ajeno traspasando sus votos a su esposa y no faltará el partido que le de el aval.
Pero también hay motivos para el optimismo, como la decisión de la Coalición de la Esperanza de presentar listas únicas de candidatos reunidos no por cálculos electorales sino en torno a programas y principios éticos. Es una lástima que en el proceso de selección del candidato de la Coalición no se hubiera pactado que los demás precandidatos participaran en la lista única, pero a estas alturas ya no es posible. Un buen número de congresistas elegidos de esta lista será un paso importante para la renovación del Congreso.
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