Conservar la distancia física, no la social

Mauricio Martínez

Desde 1853 la Urbanidad de Carreño ha pretendido moldear la conducta del ciudadano, consagrando una lista de deberes en diferentes ámbitos, en público, en privado, etc.; dicho manual fue muy invocado sobre todo en ambientes con influencia religiosa como los latinoamericanos (también existieron manuales con las mismas pretensiones en otro países, como el de Aimé Martín en Francia) porque está inspirado en mensajes bíblicos: por eso los llamados a estrechar las manos con calidez, saludar efusivamente, enjugar las lágrimas del desvalido, cubrir la desnudez del infeliz desamparado, arrancarle víctimas al infortunio, ser indulgente hasta con los enemigos, etc.; se puede afirmar que fue un elenco para el control informal, como lo es la familia, en general las religiones, etc.
PUBLICIDAD

Pero es válido preguntarnos ¿ha servido ello en el caso colombiano para garantizar condiciones de convivencia, de respeto y sin violencia, garantizando derechos o respetando deberes por quienes, gozando de mejores condiciones, les son más exigibles?  Hoy son otros los “manuales”: Convenciones  y Tratados sobre respeto al medio ambiente, aquellos que prohíben tratos crueles o discriminación-distanciamiento en diferentes ámbitos para no ahondar las diferencias sociales, Códigos de Policía o de “Convivencia”, todos los cuales, forman parte del llamado control formal y normativo, conteniendo mandatos vinculantes tanto a las autoridades públicas como a los particulares. A propósito de la pandemia que padecemos en la actualidad, los epidemiólogos, nos aconsejan “conservar la distancia” respecto de los demás para prevenir el contagio y la difusión del coronavirus. Paradójicamente en nuestro país, “las distancias” siempre se han conservado, no tanto las físicas, sino las sociales, haciendo de nosotros uno de los países más inequitativos, segregadores y clasistas del universo, a pesar de reconocernos entre los más religiosos del planeta, como lo pretendía el manual de urbanidad citado.

 Por ejemplo, en la última investigación sobre Cultura ciudadana de Corpovisionarios, el 2% de la población no tolera tener un vecino afrodescendiente, el 4% no quiere que sea indígena, o el 5% que sea de otra región. Los egresados de ciertas universidades o colegios se creen por naturaleza superiores, los de ciertas regiones creen hablar el mejor idioma, etc. Un psicoanalista explicaría el problema como una proyección del propio miedo, una reacción defensiva a la inseguridad que el mismo racista o segregador ha padecido, por cuanto, por ejemplo, los colombianos también lo han sufrido en el contexto internacional. Esta reacción por miedo proyectada sobre chivos expiatorios (homofobia, xenofobia, aporofobia, regionalismo, etc.) atenta contra la convivencia pacífica, criminaliza siempre a “los demás”, no a los de su propio círculo; convierte las “distancias sociales” en barreras insuperables, las luchas sociales y políticas en manifestaciones de odio y venganza personales sin el contenido político que se esperaría, ritualiza la violencia, desinstitucionaliza las luchas democráticas (aun desde el propio Estado), en fin, nos regresa a prácticas primitivas premodernas.

MAURICIO MARTÍNEZ

Comentarios