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En el caso del mercado laboral de acuerdo con el sexo, para el periodo marzo - mayo de 2020, la Desocupación (TD) femenina alcanzó el 21,4% (-6.2%) y masculina el 15,2%. En suma 1.946.000 mujeres no tienen ocupación y sólo 7.145.000 se mantienen activas en el país, según cifras del Dane. Once millones están inactivas (PEI).
El dato es mucho más desalentador si se tiene en cuenta que las jóvenes desocupadas, es decir hasta los 28 años, superan las 800.000. En este mismo rango, para el caso de los hombres (14-28 años), se estima en 766.000.
Para el caso de Ibagué, el desempleo en los jóvenes llegó a 30.000 en mayo, producto del confinamiento el número creció en 7.000 y se habla de 71.000 inactivos. Lo cierto es que para la capital tolimense la brecha de género creció 11.2%, pues la Tasa de Ocupación (TO) para hombres fue de 43.3% y para mujeres se situó en 32.2%.
Precisamente los sectores que más expulsaron o congelaron mano de obra en la pandemia son aquellos que contratan gran número de personas de sexo femenino como comercio, restaurantes, alojamiento y turismo, manufacturas, inmobiliarias y servicios en general, entre otros. Llama la atención que las damas que se mantienen en el mercado laboral están inscritas en el sector público; sin embargo, en su mayoría subsisten en actividades de cuenta propia, particulares y especialmente en la informalidad.
Pero, más allá de las cifras, algunas mujeres al perder su empleo o no tener posibilidades de ocuparse, nuevamente quedaron confinadas en su casas, con problemas de acceso a seguridad social y enfrentando en otros casos la violencia intrafamiliar.
Tal fenómeno requiere respuestas trascendentales, no sólo en atención contra la violencia, sino en salud, educación, acceso a tecnologías, mayor participación en políticas públicas, gobernabilidad y programas de formalización por parte de los gobiernos locales, regionales y propios del Estado.
El sector rural no es tan diferente en esta coyuntura, por lo que resulta importante fortalecer la asociatividad femenina para vincularlas en las cadenas de producción y redes de suministro de alimentos, un ejercicio que depende de la voluntad de los alcaldes y sus equipos de gobierno, así como de los gremios del sector agropecuario.
Es entonces perentorio que todo el aparato público y privado, a medida que avance la reinserción de las actividades productivas involucren el género femenino y a los jóvenes. El reto hoy es avanzar en una mayor caracterización poblacional y dictar las políticas de género para que la brecha no se convierta en un abismo infranqueable.
Sin duda, ellas tienen la fuerza y les sobra capacidad de trabajo para contribuir en la superación de esta crisis, en tanto que de nuestros jóvenes depende un exitoso relevo generacional. No los dejemos solos, excluidos y a su suerte.
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