PUBLICIDAD
No puede pasar desapercibido entonces el peligro que se cierne sobre el abanico de Ibagué. La sola mención de la posibilidad de hacer fracking en el bloque petrolero VSM-25, situado sobre el Valle del Magdalena, cuya exploración y explotación abarcan más de 27 mil hectáreas, con incidencia sobre la capital tolimense y municipios como Piedras, Coello, Alvarado, San Luis, entre otros, nos debe convocar como sociedad para decirle, de forma unánime, NO a ese proceso.
Vale recordar que el fracking es el rompimiento de grandes rocas en el subsuelo para extraer petróleo, lo que requiere de enormes cantidades de agua, y el uso de peligrosos tóxicos.
Mi oposición a esta forma de extracción es fruto de un análisis fundamentado y técnico, alejado de todo fanatismo o radicalismo.
La negativa se justifica, primero, por el impacto demoledor que esto traería sobre el acuífero de Ibagué, que es una reserva de agua dulce en el subsuelo, imposible de compensar o reemplazar; y segundo, por el efecto negativo que el proyecto tendría en las cuencas de los ríos Totare, Coello y Opia.
Una explotación con base en las técnicas del fracking destrozaría la riqueza hídrica de la región. Fracturar la zona requeriría enormes cantidades de agua: entre 4.5 y 13.2 millones de litros por cada pozo. En otras palabras, se tendría que renunciar a los usos domésticos y de agricultura para garantizar el suministro para la actividad extractiva.
Al romperse el ciclo hidrológico, lo más probable es que los acuíferos queden contaminados de forma grave e irreversible. De hecho, hasta el momento nadie ha dicho cómo evitar la contaminación en los mantos freáticos y en el agua superficial.
En este sentido, es evidente el riesgo de una contaminación masiva sobre el acuífero por la migración de gases y sustancias del fluido hidráulico, las cuales tarde o temprano terminarían en la superficie, con la respectiva contaminación por posibles derrames, por la emisión de gases tipo invernadero y por sismicidad inducida, factores que alterarían todo el sistema natural, el paisaje y los activos propios de la biodiversidad en la zona. A renglón seguido, es incierto el impacto en la salud pública en trabajadores y poblaciones adyacentes ante la alteración hídrica, la liberación de gases y el uso de químicos en la ejecución de las obras.
Para ganar el favor de incautos se habla de inversiones superiores a los 40 millones de dólares e incluso han surgido denuncias de injerencias indebidas sobre la voluntad de las comunidades, con mercados y obras de infraestructura, aprovechando la vulnerabilidad de nuestra gente en plena pandemia.
Nada más peligroso que estos cantos de sirena, pues a la fecha las consecuencias de este tipo de exploraciones son, por decir lo menos, impredecibles.
Por estas y otras razones me opongo al proyecto. Nadie quiere que el Valle del Magdalena quede convertido en un desierto. Larga vida para el Abanico de Ibagué. Es hora de priorizar nuestra biodiversidad por encima de intereses de otro tipo.
Con la misma decisión que defiendo los productos colombianos y a nuestros emprendedores y empresarios, estoy convencido de que conservar nuestro ambiente es esencial.
Comentarios