Al parecer, la costumbre aterrizó en Colombia tergiversada y representada en variopintas reinitas. Entre las 3794 celebraciones anuales de carnavales, ferias, fiestas folclóricas y patronales, más de la mitad impone concurso para reina de gramíneas, tubérculos, hortalizas, verduras, frutas, arboles, minerales, animales, bailes, bebidas, mares, belleza, etc.
Estamos a ad portas del de Cartagena y no lo digiero por variadas razones. Uno. Justificando que la belleza femenina integra al pueblo colombiano, desde hace casi 80 años una Corporación privada mete los dedos en la boca a la mayoría de departamentos, casi obligándolos por intermedio de las Primeras Gestoras, a “oficializar” candidatas para un reinado que lucra pródigamente la Corporación Concurso Nacional de Belleza, RCN y un grupillo de diseñadores, peluqueros, maquilladores y fotógrafos.
Dos. Prestando las finalistas para desfiles en algunas ciudades, dizque el Concurso tiende la mano a instituciones con necesidades. Sin embargo, no es generosidad, la Responsabilidad Social Empresarial es un “Pacto Global” entre Naciones Unidas y países de mercado libre creado en 1999 y, al cual Colombia adhirió en 2004. Por ende, cualquier colectivo o empresa que lucre buenos dineros, tiene obligación de cumplir con su RSE.
Tres. Aunque los patrocinadores del Concurso costean estadía completa, algunos trajes y urgencias hospitalarias a las participantes, ellas aportan vestido artesanal y de coronación de diseñador caro y famoso. Como obviamente el Concurso es de apariencia física, generalmente, todas necesitan latonería y pintura. Cuando no hay para lipo hacen inclementes dietas cercanas a la anorexia, por consiguiente, el Concurso en vez de valorar la mujer la lesiona estimulando obsesión por la belleza o imponiendo estereotipos que pocas alcanzan. Y, como ahora las “niñas bien”, habitualmente no le jalan a ser reinas, otro gasto es enseñar la postulante a caminar, desfilar, modales, etiqueta y, de casi analfabeta pasar a “foguearse con la prensa”. Y, la caja registradora sigue sonando.
Cuatro. Con el peso de la obligación creada, en ocasiones, no obstante tener ingentes problemas en sus departamentos, algunos gobernantes a la voz de reinita, comprometen finanzas públicas patrocinándola o viajando a gozarse Cartagena. Cuando no es así, la Gestora involucrada totumea para reunir millones para las necesidades de la candidata. Millones que sería más justo invertir en obras sociales que verlos malgastados en un concurso baladí que nada aporta a cada Departamento.
Cinco. El más aberrante. La ganadora firma un contrato que podría servir de base para uno de trata de personas, pues supervisada por un perro cancerbero llamado chaperona, debe ponerse al servicio de la Corporación los 365 días del año sin límite de horario. Además, existen otras cláusulas que le restringen varios derechos fundamentales.
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