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Puede que haya sido un autoatentado -ojalá no- o una jugada estratégica promovida por el ala radical de su partido y de seguidores para consolidar su victoria por anticipado, o quizás algún loco desadaptado con armas que no esté de acuerdo con sus delirantes ideas de vida moderna y democracia o de algunos demócratas desesperados porque ven la derrota cierta; pero lo cierto es que ese atentado no solo le dio más ventaja a Trump, lo volvió un mártir para un sector del pueblo norteamericano, si no que impulsó con viento de cola a sus propias huestes reanimándolas al inyectarles renovada energía de campaña.
Sea lo que sea que haya sucedido, y ninguno de nosotros puede estar de acuerdo con un acto demencial como esos contra nadie y menos en plena campaña electoral, lo cierto es que si los demócratas quieren recuperar una opción para poder pelear ese presidencia, empiezan días cruciales para sus decisiones. Como el convencer al Presidente Biden que dé un paso al costado, que reconozca no solo que no pudo convencer al electorado gringo en general, si no que generó grietas e incredulidades frente a sus propias bases y líderes en el partido, que parecen ya insalvables.
Lo que pasó con Biden merece todo un análisis, porque nadie duda que lo hizo mediamente bien como presidente en algunos frentes, pero su gran problema radica en sus incapacidades mentales, orales y físicas que se notan públicamente deterioradas y le restan confianza frente a las personas. No es porque esté viejo, incluso que tenga problemas de lentitud al desplazarse o que se caiga, la preocupación radica en que no coordine pensamientos y palabras, sus ideas no sean claras, se presente incoherente y olvidadizo y eso es algo que a un líder político en ejercicio no se lo perdona la sociedad actual y menos si tiene bajo su responsabilidad la economía, la seguridad y el bienestar de una nación. Distinto si Biden fuera solo un líder espiritual, recuerden que Juan Pablo II evidenció y nunca ocultó su deterioro físico y mental, incluso lo hizo como una manera de demostrar que todos pasaremos por ello y que el dolor y el sufrimiento son parte del crecer y el camino hacia lo espiritual. Pero a un político como Biden que se tiene para otros menesteres, estas situaciones no le quedan para nade bien ni lo favorecen, porque cada vez que las hace notorias ante los demás les restan credibilidad y entusiasmo. Es más, agrega demasiada preocupación al futuro colectivo y nadie quiere un futuro incierto o empeorado.
Con este terrible atentado a Trump, que afortunadamente no pasó a mayores o el polvorín hubiera estallado en USA, se presenta también una oportunidad única para los demócratas de recomponer lo andado pero con otro candidato, uno carismático, joven y locuaz o tal vez la propia vicepresidenta Kamala Harris, quien ha demostrado prudencia y sapiencia en ese cargo, así como la inteligencia emocional suficiente para convencer y presentarse como una mejor opción ante las propuestas de Trump.
Con la campaña presidencial en EEUU, con ese atentado de por medio, se cumple aquello de que la lucha se libra en todos los campos y con todas las armas, y en un ambiente de intereses cruzados, hostilidad, irasible y pendenciero como el actual allí, vamos a ser espectadores de una guerra electoral que ira escalando en emociones y ataques en la lucha por el poder. Que entre el diablo y escoja, como dirían por ahí.
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