Santos y la Paz

Darío Ortiz

La primera vez que oí hablar de Santos y la paz fue al periodista y escritor Germán Santamaría, quien en ese momento se desempeñaba como director de la revista Diners y el nombre del entonces ministro de Defensa comenzaba a sonar entre los posibles candidatos presidenciales. Más allá de las posibilidades de ser elegido candidato o posteriormente presidente, que Germán tenía claro que así sería, la conversación versaba sobre quién era Santos y cuáles eran sus intereses.

Santamaría, con su voz particular y el énfasis que siempre ha puesto a las palabras y a los acentos y las frases, tras contar que Santos se había preparado desde siempre y como ninguno para ser presidente, de pronto lanzó la categórica afirmación de que él creía que el único que podía hacer la paz en Colombia con la guerrilla era Santos. -¡Pero si Santos es un guerrerista!- le interpelé. Y yo no podía pensar de otra manera de quien era el ministro estrella del gobierno Uribe en su mal llamada seguridad democrática, que a la postre ya había dejado muertos y victimas por toda la geografía nacional. No se me ocurría francamente que Santos pudiera conseguir otra paz que no fuera la de los sepultos blanqueados.

Pero Germán se dedicó a elogiar a Santos y sus virtudes, su paciencia y su tesón, su terquedad para lograr lo que se proponía -Santos -decía Santamaría- es un hombre que no tiene las ambiciones de otros, viene de familia poderosa dueña del periódico más importante del país, rico de cuna, se ha codeado toda su vida con la gente más importante de éste país y del mundo, así que su interés no es robar, ni el prestigio de ser presidente, ni enriquecer a su familia o darle poder a su amigos, ni siquiera es que su familia presuma del título de presidente porque su tío abuelo ya lo fue. Santos va por algo más grande, cambiar la historia de éste país y eso es la paz. Y es la paz porque ninguno ha podido lograrla, ni Uribe con todo el apoyo popular y dos gobiernos seguidos dando plomo, ¡ninguno! Entonces Santos lo va a intentar. ¡Y creo que lo logra!

Darío, usted se va a acordar de mí -dijo Santamaría mientras subía el tono y se frotaba las manos, -Santos, mi estimado amigo, es el presidente de la paz y le voy a decir por qué. Es el más duro contendiente que ha tenido las Farc, el que los ha arrinconado y no le ha temblado la mano para darles los golpes más fuertes, pero esa guerra así es interminable, matan un comandante y surge otro y así pueden durar cien años en esas, alimentados del dinero del narcotráfico en un país lleno de injusticias sociales. Por eso la guerrilla no se acaba con bombardeos, sino en una mesa de diálogo, y eso lo sabe Santos. Sabe que tarde o temprano la guerrilla tiene que sentarse a negociar la paz y no lo van a hacer nunca con Uribe. Y no lo van a hacer con él, mi estimado Darío, porque así como Uribe no les perdonará jamás la muerte de su papá, el problema de la guerra en Colombia es la tierra y Uribe es un terrateniente paisa, de esos herederos de la colonización antioqueña de carriel y peinilla que no le va a ceder un palmo de tierra a nadie. Pero Santos es diferente. Es un economista de ciudad, educado en Harvard, en Londres y en otras universidades, que no va a dejar de hacer la paz por unas cuantas hectáreas en un país lleno de terrenos baldíos y tierra sin trabajar-. Y así continuó un argumento tras otro más de una hora, mientras yo escuchaba lo que para mí era impensable.

Luego en casa de los Pardo en Ibagué y otra más en el propio departamento de Santamaría en Bogotá, en plena campaña presidencial le escuché lo mismo. No lo creí, no apoyé la campaña de Santos y no voté por él.

Hoy con el conflicto en su nivel más bajo en toda su historia tras más de un año de cese al fuego, y con voces del mundo entero sumándose para defender el proceso de paz con las Farc y con la academia Sueca galardonándolo con un premio Nobel por sus esfuerzos para terminar 50 años de guerra civil, hay que reconocer que Germán Santamaría está muy cerca de tener la razón. Al menos, si no lo logra, ese premio le recordará al mundo eternamente que lo intentó contra todas las adversidades, incluso contra la misma opinión de millones de colombianos que de la tierra que no poseen, no van a dejar que den un palmo a nadie.

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