Sin embargo, es triste ver cómo para unos pocos se ha convertido no en un noble propósito, sino, más bien, en un poderoso caballo de batalla en el que cabalgan hacia intereses netamente personales, utilizando ese sentimiento noble de todo un pueblo para manipular las masas en una magistral demostración de oportunismo político.
Empezando por Uribe, que no desaprovecha ni un solo día para llenar las páginas de medios de comunicación y redes sociales con desprestigios y señalamientos al proceso de paz; si bien le reconozco al expresidente la profunda transformación en términos de seguridad que dio a nuestro país, también creo que debería asumir una posición mucho más constructiva, desligándose de la tesis de alcanzar la paz a punta de la guerra, e incluso apartándose de su animadversión por su sucesor y todo aquello que este emprenda, para así respaldar con propuestas y posiciones consecuentes el clamor del pueblo colombiano, que a gritos pide el cese del conflicto y la reconciliación.
Pero el oficialismo es aún más oportunista, tomó la paz como el más despejado camino hacia la reelección y últimamente tiene girando toda la agenda del país en torno de una mesa de negociación, dejando a un lado las reformas urgentes que reclama el país.
Por estos días solo se le escucha de beneficios a la insurgencia, del envío de más guerrilleros a La Habana y de todos los temas inherentes al proceso de diálogo, pretendiendo, sin duda, acaparar la atención de todos los colombianos hacia un gobierno que se muestra como indispensable para lograr un acuerdo y que permanentemente endilga a todos los que no estén con él, ser enemigos de la paz.
Para rematar, a este tren están pegados algunos políticos oportunistas que acostumbran a acomodarse al son que proponga el mandatario de turno, algunos hoy en día andan emitiendo a diario insulsos comunicados apoyando la iniciativa de su jefe, e incluso a otros más vivos les dio por convocar marchas para movilizar a la población en torno de sus aspiraciones, camuflándolas en la emoción que produce el apoyo a un proceso que promete alcanzar la paz del país.
Sin embargo, yo sigo creyendo en la paz y en el momento sublime en el que podamos alcanzarla, sigo confiando en que algún día viviremos en un país en que la guerra sea solamente contra la pobreza y la miseria; en donde los enemigos a derrotar sin compasión sean el hambre, la ignorancia y la desigualdad, y en el que las armas que empuñen nuestros campesinos no sean diferentes a un machete o azadón.
Pero porque quiero una paz estable y duradera, creo que el camino no es buscarla a cualquier precio, porque sería sembrar semillas para futuros conflictos, mejor sería honrar a las miles de víctimas y el dolor de todo un pueblo que ha sufrido durante décadas, logrando que los acuerdos se sustenten en la cordura, la justicia y la igualdad con ausencia absoluta de impunidad y olvido, y sin buscar afanosamente lucros políticos particulares que podrían terminar empantanado el proceso que hoy tiene ilusionado al pueblo colombiano.
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