Qué terror es montar en ese sistema de transporte público de buses articulados en las llamadas horas de mayor tránsito de pasajeros hacia o desde sus casas, ya sea desde las 6:00 de la mañana a las 9:00 de la misma o desde las 5:00 de la tarde a las 8:00 de la noche pasadas.
Dije que hay que admirar la paciencia de estos ciudadanos porque para quienes ocasionalmente usamos este servicio, por alguna razón que nos lleve a Bogotá, resulta toda una aventura o una experiencia singular que no se vive a diario.
Pero no es ni muchos menos por justificar la violencia, el vandalismo y los daños al bien ajeno, pero por milagro de mi Dios antes no se han presentado más revueltas a causa de este sistema que está en corto circuito.
Tan solo la experiencia personal puede llevarlo a uno a entender ese calvario de cinco o seis días a la semana, dos veces por día, para niñas, niños, ancianos, mujeres, enfermos, discapacitados que deben utilizarlo.
Cuando se escucha por los medios de comunicación que los usuarios entrevistados hablan de que son manoseados, esculcados, pellizcados, robados, intimidados, estrujados, asfixiados, golpeados y muchos adjetivos más que en este momento ni me acuerdo.
A ello hay que sumarle que cuando usted se sube o lo suben a empujones, muy pocas veces podrá moverse del sitio que le tocó; y si se ha subido cuando el bus ya está lleno será en la puerta sobre el cuadro amarillo pintado en el piso que dice que no se pare allí. Curioso verdad.
Usted viajará por cerca de una hora -si va de bien al norte de la ciudad al centro- en la misma posición en la que quedó cuando se subió, ya sea con la mano derecha o izquierda arriba sujetándose del pasamanos, de un tubo o espaldar de la silla.
El espacio es tan limitado, que no podrá ni siquiera mover con tranquilidad sus extremidades o cambiarlas; no hay espacio. Respirará un aire caliente, muchas veces fétido y asfixiante.
Si se ha subido de buen genio, con un buen humor a flor de piel, es seguro que no se baje con la misma actitud frente al mundo.
Quiere salir corriendo, sentir que no tiene a nadie pegado a usted o respirándole en la nuca o el pecho. El genio ya le cambió eso es un hecho.
Usted se baja del vehículo sabiendo que se tendrá que montar nuevamente allí, a semejante suplicio, unas horas después. Con ese pensamiento seguramente no estará muy feliz; a ello se le suma que debe armarse de paciencia y rogar para poderse subir a ese infierno cuando tenga un huequito en donde se pueda acomodar o porque usted es introducido por la inercia del montón a la caja metálica, entiende porqué cualquier factor desencadena una protesta, así sea algo tan absurdo como que la gente pide tomar ese vehículo para poderse ir a su casa sin importar como quede metido su cuerpo allí o que tanto sufra.
Como van las cosas y por lo que uno puede escuchar de la gente y su negativismo frente al Transmilenio -que a propósito es el gran ejemplo nacional de sistemas de transporte- nada raro que cada día se sigan presentando más y más desórdenes y más y más gente se una.
El descontento es generalizado porque este servicio es realmente deshumanizante. Ojalá semejante despelote no se repita en ninguna parte donde se está implementando este sistema.
Realmente hay que quitarse el sombrero con la paciencia que han tenido los bogotanos y quienes viven en la capital del país, que son usuarios del Transmilenio. No en vano el apodo popular de “transmilleno” que le han puesto.
Credito
NELSON GERMÁN SÁNCHEZ PÉREZ –GERSAN-
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