En un mundo como el actual donde se entiende que la lucha por el poder es todo, que se debe hacer de todo por conseguirlo, vender la conciencia, traicionar, mentir, comprar personas y conciencias, matar, con tal de tenerlo y hacer lo que le plazca en su voluntad, es simplemente de admirar por siempre lo que este obispo alemán hizo.
Abandonar el hecho de que a diario le estén quemando incienso, de que los medios de comunicación registren sus pasos minuto a minuto, que lo que diga, escriba u ordene es palabra de Dios que no se discute, sino se aplica, es de alguien realmente inmenso en su mente, espíritu y carácter.
Si queríamos encontrar un personaje que comenzará a marcar el rumbo de este siglo por su ejemplo, disciplina y desprendimiento creo que ahí tenemos un buen candidato para ello.
Qué le costaba a este hombre esconder sus debilidades, su cansancio para seguir disfrutando de las banalidades de este mundo, de los privilegios de ese poder, de los recursos de los cuales podía disfrutar sin demora alguna hasta el final de sus días, nada.
Es ahí donde aparecen su grandeza y su carácter, porque renunciar a ello es lo difícil, mantenerlo y dejarse embelesar pensando que ahí está la felicidad absoluta es lo fácil y corriente en un mundo como el actual.
Cuánta falta le hace al mundo que aparezcan más Benedictos XVI con esa conducta para dar camino a nuevos aires, a nuevos propósitos, nuevos liderazgos, oportunidades de progreso, crecimiento real de los pueblos y regiones, que sean de admirar, respetar y seguir por haber dado el paso al costado y entender que la tarea ya está hecha, y no se deben apegar al poder como chupasangres tal cual las garrapatas a los perros hasta enfermarlos y dejarlos infectados con sus hijos, primos, sobrinos, hermanos, esposas que sigan sacando la sangre de ese pobre ser vivo.
Son muchos los gobiernos del mundo, las corporaciones, las entidades donde se requiere que sigan el camino tomando por Ratzinger por el bien de los demás.
Ya es tiempo de que esas concepciones y posturas de ínfimos reyezuelos, emperadorcitos (as), terminen; que su ego no domine sus dobles personalidades y nuble el mediano intelecto que poseen y más bien entiendan esa lección dada por el Papa.
Hace falta que a todos esos que el poder los consumió y embobó, y los puestos o el manejo de sus responsabilidades públicas le quedaron grandes, renuncien para contribuir al bien común. Bien por Benedicto, por su lección al mundo moderno, por su incuestionable ejemplo de grandeza, carácter real y humildad.
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