No sé a qué se debe la polémica absurda que se ha querido armar en contra del Papa Francisco, que dizque por aprobar golpes a los hijos para corregirlos. Primero, si se leen con cuidado las declaraciones del Pontífice Romano, nada más alejado de la verdad que el Papa esté aprobando o mucho menos llamando a coger a golpes los hijos.
Lo que dijo es que escuchó la confesión de un padre que ocasionalmente, es decir, no es todo los días, ni todo el tiempo, ni por deporte, ni en la mañana, al mediodía, en la noche, de lunes a lunes, si no muy de vez en cuando -y seguramente cuando debe corregir con firmeza, y castigar de manera justa-, debía pegarle a los hijos.
Es decir, a lo que se refería es a una palmadita en la nalga, un apretón del brazo, un leve pellizco, nadie en sus cinco cabales está pensando que esté invitando, promoviendo o aceptando que a nuestros niños los cojamos contra el piso a golpes, los laceremos de una manera inmisericorde, les demos diez correazos o chancletazos hasta avejigarlos en alguna parte del cuerpo o quién sabe qué otra cosa. Eso sería ilógico.
Amigo lector, seguramente a usted y a mí nuestros padres en algún momento nos dieron una palmadita o un correazo, y eso no nos volvió asesinos en serie, matones, padres maltratadores o abusadores, depravados o generadores de violencia en nuestro hogar. Lo que sucede es que en una sociedad doble moralista, como se ha vuelto la actual, que alguien reconozca lo que se hace, que existen otras maneras efectivas de resolución, que no se apega por conveniencia los cánones pseudo-intelectuales del momento de la formación y derecho de los menores, entonces es objeto de toda clase de especulaciones, exageraciones, mentiras y señalamientos.
Esa postura de filosofía de familia pitufo con su laralaralalalala, de concepción Barny, todo felicidad y ‘abrachos’, donde se ha llenado hasta más no poder las normas, códigos, sentencias y leyes de derechos a los niños sin deberes ni obligaciones, es lo que no sólo en nuestro país, sino el mundo podría tener desbocados los índices de delincuencia infantil y juvenil que hoy se muestran absolutamente desbordados. Pensando que única y solamente con quitarles el juego, suspenderles la televisión o prohibirles el celular basta para corregirlos. Claro, eso es necesario, lo mismo que conversar, dar ejemplo y todo lo demás.
Es un hecho que nadie está abogando por coger a los niños a golpes ni está aceptando ningún tipo de violencia contra los pequeños, menos quienes hoy somos padres, pero creo que el asunto no se debe sacar de sus justas proporciones para el debate público.
Porque, como dijo el Papa: “El padre que sabe cómo corregir sin humillar es el mismo que sabe proteger sin ahorrar esfuerzos”, de eso no cabe duda, tiene razón Francisco.
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