Es más que sabido que existe una relación estrecha, directa y causal entre el negocio de la venta de estupefacientes y su consumo (drogas como la llamamos comúnmente) y la ocurrencia de delitos.
Organizaciones del orden internacional como la ONU, la Organización Mundial de la Salud, la Interpol y la Comisión Europea contra el Delito han dado más que cátedra sobre tan vinculante relación; lo mismo que lo han hecho en el caso colombiano distintos ministerios, la Fiscalía, ONG y universidades, por tanto no es necesario recordar las conclusiones de sus investigaciones y estudios.
Lo que sí es pertinente es no perder de vista que esas macroestructuras mafiosas viven y se desarrollan gracias a las microestructuras que logran permear de forma directa a los ciudadanos en sus barrios y comunas. Es precisamente este aspecto el que no se puede perder de vista y sobre el cual es perentorio actuar de forma contundente.
Hago esta reflexión, con característica de un llamado público a nuestras autoridades locales administrativas y policiales, debido a lo que pude observar directamente durante la Semana Santa que acaba de terminar, pues hice una inmersión directa en algunos sectores, visitando una gran cantidad de amigas y amigos (no sabía que tuviera tantos) y el común denominador con ellos en todo el recorrido fueron las historias acerca del consumo de drogas -en especial por parte de los jóvenes-, de la ocurrencia permanente de delitos, riñas, intolerancia y personas que de ambulan como almas en pena, ya no en harapos, si no casi desnudas por efecto de la droga.
Jóvenes y adultos que aparecen en las esquinas, a mitad de la cuadra, asomados en las ventanas o golpeando las puertas solicitando una moneda, cuyo destino es casi obvio: comprar droga. El problema es que la solicitud es cada vez en un tono más agresivo y acompañado de un garrote o un puñal en la mano.
A esta creciente situación hay que poner la atención debida, planear desde ahora las acciones, los proyectos y programas que contengan este creciente problemática que en algunos sectores como el 20 de Julio, 7 de Agosto, Santa Bárbara, Yuldaima, Divino Niño, San José, Cerro Gordo, Cerros de Granate, Dos Quebradas, La Gaviota, entre otros, parece desbordarse ante la mirada impávida de la Alcaldía, la Gobernación, la Policía, la Defensoría del Pueblo, La Personería, el Icbf y la Fiscalía. Es hora de un gran pacto contra este flagelo, de acciones coordinadas y efectivas, de lucha frontal, de menos retórica y anuncios mediáticos para ir a trabajar directamente en los barrios, de tener menos hora nalga en las cómodas oficinas como pareciera se volvió la regla en la ciudad y sus dirigentes, para ir a campo o terreno como dicen militares e investigadores sociales.
Este es un llamado también a los candidatos a la Alcaldía Ricardo Ferro, Jhon Toledo, Rubén Rodríguez y Álvaro Montoya, para que presenten sus propuestas para atacar esta problemática que agobia muchos barrios. No se crea que es un “tema menor, que no pertenece a la macroplaneación en prospectiva de la ciudad-región”, como escuché a varios lambertos asesores de campañas. Sí, un “tema menor”, como el suicidio de jóvenes en los barrios populares que no termina. ¡Válgame Dios! Ojalá este tiempo de pascua que inicia sirva para escuchar propuestas de interés sobre los temas que le duelen a la ciudadanía.
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