Fanatismos de paz

Nelson Germán Sánchez

Lo acontecido en días pasados con los deplorables ataques que sufrieron los habitantes de París por parte de los extremistas del Estado Islámico, nos deja varias lecciones. La primera de ellas que a los fundamentalismos se les debe prestar la debida atención a tiempo. La segunda, que el peor de todos los ejercicios humanos es mezclar política con religión o darle a los temas políticos un matiz casi religioso.

Es bien sabido por todos que la política no es razón sino pasión, sensación, percepción, creer, poner la “fe” en otros para que solucionen aquello que nosotros pensamos no podemos. Dicho ello, el llamado es a que reflexionemos precisamente sobre lo que está pasando en nuestro país, frente a los diálogos para el fin del conflicto que el gobierno Santos adelanta con la guerrilla de las Farc.

La estrategia que han venido desarrollando el presidente Santos con la Unidad Nacional, que es el bloque político del Gobierno, de volver un tema casi religioso los diálogos de La Habana para acabar el conflicto con esa guerrilla, empieza a tener visos de fundamentalismo, que es el paso previo al fanatismo, y cuando la gente se vuelve fanática no entiende razones, no ve cosas obvias, no le pone lógica ni sentido común a las situaciones, es decir, parecieran estar empujando a un sector del pueblo colombiano al fanatismo. Un fanatismo entre supuestos amigos y enemigos de la paz; basta oír hablar a Roy Barreras o Armando Benedetti, para comprender en pleno la estrategia. En eso se han ido armando desde la estructura propia del Estado todas las piezas de la estructura, primero desde la Fiscalía, luego desde el Congreso, desde la Cancillería, y así sucesivamente hasta llegar ahora a las cortes colombianas. Nada de lo que signifique verdad, perdón real, reparación ni pagar un solo día de cárcel es discutido ni aceptado, porque eso sería ser enemigo de la paz, eso es lo que se vende al imaginario de las personas. Pedir lo contrario, como algo de verdad, reparar a sus víctimas de crímenes atroces, pedir perdón en público o ir a la cárcel por ocho años como fueron los paras en su momento (lo cual es muy poco realmente), es inmediatamente estar con la guerra, la muerte, la desgracia, el dolor… lo cual ya en sí mismo los primeros hilos del fanatismo peligroso. No es posible que se empuje en la alianza Santos-Farc-Montealegre, al pueblo colombiano a una confrontación ideológica casi religiosa y fanática, donde se debe descalificar al otro por no estar de acuerdo, arrumarlo, perseguirlo, señalarlo de defensor de la guerra o de la muerte, para evitar de tajo la discusión real sobre los asuntos de fondo. Esa apuesta riesgosa de si usted apoya o no la paz, así de manera simple, escueta, genérica y mentirosa puede despertar de lado y lado del espectro sentimientos oscuros en el mediano plazo, que pueden dar al traste con este enorme esfuerzo que hace el Estado colombiano para que esta guerrilla deje de atacar la infraestructura productiva nacional, de comportarse como cartel de la droga, no secuestra más, no reclute y viole menores de edad, entre otras cosas. 

Claro que el hecho de que dejen de cometer tales atropellos es importante para todos, no cabe duda, como no cabe que a nadie con una cabeza sana le gusta el conflicto o la guerra, pero si se trata de que todos decidamos a conciencia y sin apasionamientos exagerados, los primeros que deben evitar una catástrofe mayor para los próximos años son el gobierno Santos y la guerrilla de  las FARC, dejando de ocultar información precisa y concreta de lo que han acordado los dos en la Habana, aceptando que algo de cárcel deben pagar, algún perdón pedir y algunas indemnización dar a sus víctimas. Por eso, cero radicalismos que nos lleven a la catástrofe por fanatismos de paz.           

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