De esta manera su obra pictórica no solamente es una muestra de su asombroso manejo del dibujo y de la anatomía, sino un testimonio de su inclinación sexual, sin que sea una burda proclama de lo que para muchos puede ser una perversidad o una aberración, que deben tolerar porque los tiempos que corren así lo exigen.
Su profusa y valiosa colección de cuerpos humanos es, entonces, el soporte donde se revela su infinito amor por el cuerpo masculino, la ternura con que aborda la angustia de la clandestinidad, cada vez más atrevido en su postura, el halo erótico que se transparenta en sus escenas, la búsqueda de los cuerpos de una unión necesaria para continuar la existencia y, por supuesto, la ausencia de pornografía en la que caen muchos artistas al tratar de mostrar lo que quieren ocultar o de ocultar lo que ya es evidente.
La muestra de la obra de Luis Caballero, actualmente en curso en la Sala de Exposiciones del Banco de la República, es diferente a la que ya había pasado por la ciudad.
En esta se aprecia el desarrollo seguido por el artista en el manejo de los colores y las formas, desde su visión del cuerpo en trazos abstractos como los de su famoso “Políptico” que se exhibiera en Medellín en la Bienal de Arte Coltejer por allá en la década de los años setenta, hasta aquellos cuadros donde la tragedia de la existencia se hace palpable y los cuerpos se anudan presagiando la muerte.
Atraen, indudablemente, los colores que el artista utiliza para dramatizar las escenas, en las que el rojo sangre adquiere dimensiones apocalípticas porque hay mucho dolor pero, al mismo tiempo, mucho placer.
Por su expresionismo ha sido emparentado con Francis Bacon y con él tal vez comparte la descomposición de la figura humana en expresiones presentidas, imaginadas, dramáticas y no pocas veces teatrales, mucho más que con Willem de Kooning con quien asocian muchos críticos pero del cual, curiosamente, se aparta en el manejo de la figura humana, mucho más realista en Caballero que el artista estadounidense de origen holandés.
Cautiva la expresión de los cuerpos, casi siempre ausentes de rostro, seres anónimos que libran una lucha interior que se hace evidente en las contorsiones armoniosas de sus uniones y desencuentros.
Es una excelente muestra de la obra de un artista fundamental en el desarrollo de la pintura colombiana.
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