Padres, hijos, hermanos, esposa, amantes, familias, pasaron veloces por la mente acompañados de un grito que terminó ahogado en la garganta. El rumor de la desgracia subía como un mal. Crecía. Se multiplicaba.
Las puertas del local se cerraron. Afuera algunas personas pugnaban por entrar, otras corrían en ambos sentidos. Es difícil razonar con el pánico estampado en la mirada. El rumor aumentaba. Las puertas metálicas de los almacenes se cerraban y en la urgencia sonaban como si estallaran petardos por todas partes. Alguien sollozaba cerca de la escalera. El tropel buscaba escondrijos en cualquier entrante, en cualquier puerta abierta, en el horizonte abigarrado de la calle. El tropel de pisadas era como el estruendo de la caballería que anuncia la batalla.
Era imposible reprimir la ansiedad. En los cuerpos crecía la sensación de ahogo, la impotencia de no saber lo que pasaba, luego la angustia de presentir que la vida podía acabarse en un instante. El griterío ahogaba nuestra cobardía. El concierto se había trastocado en un rosario de madres y gritos ahogados. Como si una fuerza poderosa nos impeliera a la huida iniciamos la marcha presurosa hacia el parqueadero. No supimos qué tan insensato era montarse en el vehículo para engrosar el torrente de carros y miradas angustiadas. Nos arrastró el afán colectivo por la seguridad. Cualquier cosa podía suceder. Impresionante.
Era el terror. El que saben producir los enemigos de la paz del hombre. El rumor difundía que abajo habían incendiado un CAI, destrozado almacenes, saqueado negocios, muertos agentes del orden y estudiantes, mientras agentes del desorden lanzaban piedras y disparos camuflados, ocultos en capuchas y sombreros.
Abajo decían que en el centro ya se había iniciado la conflagración, que el objetivo de los vándalos eran la Alcaldía y la Gobernación. Vienen destruyendo todo lo que encuentran a su paso. Decían. La certeza crecía en los espíritus, se apoderaba de los transeúntes y el pánico era una necesidad imperiosa de correr, de huir hacia cualquier parte.
Las autoridades lograron parar el rumor con el toque de queda y la angustia colectiva de llegar a casa. Los terroristas lograron intimidar al país por unas horas con caos y rumores de desastre.
En el fondo no pasó gran cosa, pero el pánico logrado nos hizo ver cercanos al desenlace final.
Cuando retumba el estallido no puede reprimirse el miedo. Eso lo saben los terroristas. El jueves esperábamos con Niney la hora del concierto. Tomábamos agua aromática con frutas en Color Café, al lado del Teatro Tolima. De pronto todo cambió. Por la calle subió el rumor de la hecatombe, en segundos los ojos buscaron el humo y la llamarada, cada quién imaginó el desastre a su manera.
Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ
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