La vigencia de las ideas

Ya en el siglo XIX el notable escritor estadounidense Washington Irving (1783-1859) se acercó al concepto de la ordinariez en las expresiones del vulgo frente a los productos culturales.

En uno de sus libros más representativos, “The Alhambra” (1832), conocido en el área idiomática española como “Cuentos de la Alhambra”, escribió: “(los españoles) entonan una canción sobre algún temerario contrabandista, pues el bandolero y el bandido son héroes poéticos entre la gente baja”.

Lo mismo se podría decir sobre las canciones de la revolución mexicana (1910-1917), en la primera década del siglo XX, con las que el pueblo exalta y reivindica la gesta de sus héroes. 

De igual manera, aunque en otro contexto, con la música de carrilera que surge para dejar memoria de los bandidos de nuestra triste historia reciente.

De ahí que una frase tan simple, que describe sin pretensiones una conducta española de principios del siglo XIX, siga teniendo vigencia. 

Y más grave aún cuando ese vulgo y sus gustos son los que imponen el devenir cultural o, por lo menos, el desarrollo de la cultura de espectáculo, que copa nuestra cotidianidad hoy en día.

Recuérdese que hoy por hoy todo se rige por su majestad el dinero y el afán de llegar a él creó lo que los medios llaman el “rating”. Según él debe satisfacerse el deseo del público, en sus preferencias de sonidos e imágenes, para que los ingresos se multipliquen.

Tal vez por eso tantas manifestaciones que antes estaban confinadas a bares de mala muerte o a historias de oscuros asesinos convertidas en rumores hayan pasado a las preferencias de la “honorable audiencia” en música, programas seriados de televisión, cine, teatro y literatura para satisfacer el gusto popular y con esa satisfacción llenar las arcas de estos formidables empresarios.

Se hace lo que pida ese público amorfo y desconfiado, que despotrica del arte y prioriza la chabacanería, para que la prosperidad económica sea estandarte de los medios de comunicación, de las empresas editoriales y disqueras y de tantas otras industrias que, según los políticos, no producen ganancias (la cultura no sirve para nada, dicen) y perviven, flotan, levitan, en el soporte del mal gusto y la vulgaridad más grosera. 

El arte también se ha vulgarizado. Y eso implica el predominio de la ordinariez y la ignorancia, sobre la investigación y la búsqueda de la perfección en las expresiones artísticas.

Duele, claro, descubrir que desde el siglo XIX se auguró el panorama que nos ha tocado vivir en medio de ruidos ensordecedores que llaman música, gritos y risotadas vulgares que llaman programas de radio o televisión, y cientos de errores de toda laya en los medios escritos y hablados del país.

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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