Cuando viví por cerca de tres años en Neiva, al frente de una institución cultural, pertenecí temporalmente al Club Campestre, pues la dirección tenía la posibilidad de ese privilegio, algo así como ser socio durante el tiempo en que el funcionario de turno lograra sostenerse en el cargo.
Las imágenes que tengo del Club por esos años me vienen cuando escucho la música de Jorge Villamil porque en sus instalaciones tenían un sistema de música ambiental y la que coincidía con mis escasas visitas era, precisamente, la de él, en las voces de un dueto que comenzaba a hacerse notar en el ambiente artístico de la nación con sus grabaciones iniciales. El dueto se llamaba Silva y Villalba.
Era emocionante estar en la piscina natural, formada en medio de la naturaleza por el represamiento de una quebrada (la piscina olímpica no alcancé a conocerla, ni el desborde de riqueza posterior, yo era sólo transeúnte), y escuchar la música por los altoparlantes camuflados en los árboles.
El agua refrescaba el cuerpo y la música el alma. Creo que en ninguna otra oportunidad he sentido esa conjunción tan clara de plenitud al escuchar, por ejemplo, ‘Los guaduales’, ‘Espumas’ o ‘Me llevarás en ti’ y nadar metido en el paisaje.
Las voces del dueto hacían de esos momentos un ritual inigualable entre el esparcimiento, el descanso y el arte. Así entendí que las composiciones están sustentadaspor muchas verdades, pero, también, por la contundencia de la poesía.
Este recuerdo quizá bucólico me trae también enredadas en el sentimiento las composiciones de Rodrigo Silva y sus múltiples rostros. Con él he disfrutado en Ibagué no sólo del esparcimiento de noches maravillosas de tertulia, con los escritores Carlos Orlando Pardo y Héctor Sánchez, sino también de la poesía, que se pasea por sus letras, y de su fino humor.
Muchos homenajes se le han hecho a este artista que ha batallado siempre por mantener en alto la música andina, la música del interior, a sabiendas de la lucha desigual que ha de librarse con ritmos que tienen todas las herramientas de producción y difusión frente a la suya, que sólo posee el corazón y la perseverancia para perpetuarse en la memoria de los colombianos. Motivo más para admirarlo.
La semana pasada Rodrigo Silva, con su inigualable compañero Álvaro Villalba, el estupendo dueto Silva y Villalba, se despidió de las presentaciones en público con un concierto en Bogotá que estuvo secundado por muchas emociones.
De él se desprenden otros sentidos homenajes, porque cada uno de quienes hemos recibido el esplendor de su arte sabe que se merece la gratitud de la sociedad y nuestro reconocimiento.
Rodrigo Silva, un gran artista, un gran maestro.
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