Uno debe admirar el lugar donde vive, la región que alberga nuestros sueños, porque es parte de nuestra naturaleza adaptarnos al lugar donde realizamos nuestros actos. Y uno ama la ciudad y la región donde reside cuando respeta sus símbolos, cuando se apropia de sus momentos para vivirlos como propios.
Es lógico que uno debe respetar la convivencia, el lugar de los otros, porque cada uno tiene derecho a que respeten sus sentires y sus necesidades.
Digo lo anterior porque me parece que en los días que corren hemos perdido la capacidad de ser parte de una sociedad, como un acto de vida, para convertirnos en seres agregados a un medio por la fuerza, más por la obligación de aceptar nuestro saber hacer y nuestra preparación que por reconocer y respetar nuestra existencia como seres humanos.
Empecemos por los himnos. Me parece, por ejemplo, una falta de respeto ver a los jugadores de fútbol que, en ceremonias previas a un partido, no cantan el himno nacional ni mucho menos el himno de la región que representan.
Los que hacen que cantan, mascando chicle para simular que entonan el himno, se burlan de la región que les da de comer no sólo física sino espiritualmente. ¿Quién paga por ir a verlos y les demuestra admiración por su capacidad de manejar un balón, que es símbolo de su oficio?
Deberían enseñarles a cantar el himno nacional porque son ejemplo para quienes observan su comportamiento. También deberían aprender a cantar el himno de la ciudad que representan para demostrar su entrega y su respeto. Si bien los equipos son entidades económicas y comerciales, su existencia la deben a los ciudadanos que los apoyan y pagan las entradas para verlos en el ejercicio de su profesión.
Su condición de actores de un espectáculo no los exime de demostrar su retribución a una respuesta que se debe más a la afición por un deporte que por la condición en sí misma de quien lo practica.
También demuestran su falta de respeto por la convivencia aquellos individuos que, subidos en una moto, parecen energúmenos hacedores de tragedias, invaden el espacio de los otros actores de la vida cotidiana y se salen de toda norma. Invaden las aceras de los peatones en una clara violación de la ley, sin importarles el derecho de los otros sino la conveniencia de sus necesidades.
Quizás el civismo ya no exista pero existen las leyes de la convivencia. Y existe el sentido común.
Hay que dejar de darles armas a los ignorantes para que irrespeten la más elementales normas de la sociedad en que vivimos. Ojalá exista alguna autoridad que haga respetar la ley para que esta no sea solo letra desconocida en un papel.
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