En qué país vivimos

Benhur Sánchez Suárez

Subíamos Alba y yo por la carrera Quinta, de Ibagué, en nuestra caminata cotidiana (8:00 a.m.), cuando a la altura de la calle Treinta y siete comenzamos a escuchar las imprecaciones de un indigente que, a voz en cuello, desnudaba el mejor vocabulario de su repertorio callejero.

No le paramos bolas y seguimos nuestro camino hasta cuando los gritos y las palabrotas se acercaron peligrosamente a nuestro lado y entonces sentí su aliento cerca de mi oreja y la punzada en la pierna por su patada aleve, sin ninguna explicación. Le devolví su vocabulario, para que no se quedara en mí, y volteé para enfrentarlo, inerme en mi sorpresa, descontrolado por la agresión. Mi actitud hizo que el hombre, más alto que yo, joven aún, con una cobija gris como abrigo, se fuera hacia Cadiz y yo me quedé adolorido, con la pierna ardiendo y sin saber por qué me había agredido.

Entre el ardor y la ira me descubrí inútil, minusválido, pensando a toda velocidad en por qué estamos en esta situación de desamparo. Por qué estamos en manos de los delincuentes, que medran desde las más altas esferas del gobierno, hasta en la calle con el indigente que agrede a la sociedad en su desamparo y amargura.

Se me ocurrieron varias cosas, por esta manía mía de analizar lo que pasa, pero, principalmente, sentí que lo que en un tiempo se llamaba respeto (que significa mucho más de lo que se cree comúnmente) hoy es una palabra hueca en nuestra “modernidad” caótica. No se respetan las leyes ni las normas para el cumplimiento de nuestros deberes, los hijos no respetan a sus padres, los padres violan a sus hijas, los ancianos son condenados al hambre, las mujeres no respetan sus compromisos en su vaivén de relaciones; seres inmaduros que asesinan a sus parejas; se irrespetan a los ancianos, a los sacerdotes, a la autoridad, a los animales, a la naturaleza, a la vida misma. Sálvense quien pueda.

¿En qué país vivimos? ¿Cuándo nos arrolló el egoísmo, la sed de oro por encima de la humanidad, la arrogancia para encarar los más mínimos aspectos de la vida? ¿Desde cuándo no sabemos nuestra historia, de dónde venimos, quiénes somos? Pareciera válido formarse hasta el clímax pero olvidados de nuestras raíces y de que somos seres nacidos para vivir en comunidad.

De ahí se desprende que los funcionarios piensen que la riqueza nacional hace parte de su presupuesto personal. Los estudiantes no se forman para crear sino para contratar y todo queda en el vaivén de los privilegios.

En realidad, el indigente no nos irrespetó. Sentó con su rabia y descontento la razón de su condición marginal en la imprecisa carrera de su vida.

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