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Tampoco que es el único que ha tenido en los últimos años un desempeño notable en su economía, con sus estadísticas victoriosas, cuando en las calles y los campos pulula la miseria; cuando la delincuencia de todo orden se pasea oronda por los vericuetos del Estado; cuando los funcionarios parecieran ignorar los más elementales conocimientos de sus cargos; cuando los poderes están mezclados, dependientes, y no ejercen las funciones y los deberes para los que fueron creados.
Menos me digan que poseemos un sistema educativo de calidad cuando hasta los propios gobernantes descalifican las carreras sociales y humanísticas que hacen de la sociedad un sistema estable, equitativo y justo. Formar esclavos y no mentes creativas es lo que entienden.
Esta pobreza es una falacia que desde el propio Estado se ha querido imponer desde hace algunos años. Así justifican los manejos torcidos del presupuesto, el saqueo sistemático de nuestros recursos y la permisividad para usar las talanqueras necesarias para que sigamos siendo ignorantes y sumisos.
Han hecho de la educación un privilegio cuando debe ser un derecho inalienable de los ciudadanos. Han dicho que los recursos naturales están agotados mientras despilfarran los ingresos en obras banales, monumentos a la desidia y al egoísmo.
Dilapidan los ingresos de la nación e insisten en que somos un país pobre. Lo que somos es un pobre país inviable.
Es inviable porque no hay justicia o es tardía, como si no existiera; no hay equidad porque el ordenamiento jurídico se basa en privilegios y exenciones; no hay progreso general porque se legisla para unos pocos; no hay honradez porque la preparación de nuestros gobernantes se basa en títulos comprados y el gobierno está orientado por una caterva de ignorantes y bandidos.
Hoy somos un país inviable. Pero no me digan que somos un país pobre. Estamos gobernados por avivatos que inventan más impuestos para que el Estado no colapse cuando gran parte de los recursos que faltan han sido desaparecidos por la magia de sus mentes delictivas. Exenciones para los ricos, claro, cuyo faltante debemos sudar los contribuyentes. La corrupción (en abstracto aunque todos saben quiénes son los deshonestos) se traga el cincuenta por ciento de nuestros recursos y nosotros debemos llenar el hueco jugando el juego del yo pago lo que tú te robas. Y nosotros somos los culpables.
Todo eso que se esfuma es nuestra pobreza.
¡Por favor no me digan que somos pobres! Somos ignorantes porque así se ha organizado el Estado para explotar nuestra riqueza.
Pobre país, inviable, en manos de lo más oscuro que haya brotado de la politiquería nacional.
Donde mandan los ignorantes, los asesinos y corruptos, no hay país posible.
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