Las tesis del Estado Comunitario, de un país sin paramilitarismo y sin guerrilla, de la seguridad para el campesino, el empresario, el trabajador y para los líderes de derechos humanos que predicaba Uribe, hicieron resonancia con las experiencias consolidadas y demostradas por Restrepo para movilizar a la ciudadanía a favor de la paz, la convivencia, la resolución pacífica de conflictos. Se selló una alianza fructífera y valiosa para el país que la historia reivindicará cada vez más.
Uribe como Presidente y Luis Carlos Restrepo como Alto Comisionado detuvieron y acabaron el proyecto geopolítico del paramilitarismo en Colombia.
En contraste con voces desgarradas, escandalosas y llorosas que denunciaban el crecimiento paramilitar y que cuando detentaron los medios para contenerlo poco o nada hicieron al respecto, la dupla Uribe-Restrepo dejó como balances de su gestión a una cúpula paramilitar rindiendo cuentas ante la justicia colombiana o la norteamericana.
No fue a cambio de impunidad y de participación en política que se adelantó el proceso con los paramilitares. El uso que se hizo entonces al concepto de justicia transicional para adelantar ese proceso, hoy elevado a norma constitucional con el marco jurídico para la paz, en ningún momento renunció a los principios de verdad, justicia y reparación y todos los colombianos vemos como hoy los paramilitares rinden cuentas a la justicia y no andan agitando ilegítimas banderas políticas con la pretérita arrogancia que lo hicieron.
El proceso que llevó al desmonte del paramilitarismo bajo el liderazgo de Uribe y de Restrepo, explica que hoy por hoy por lo menos 7 de cada 10 colombianos, no obstante querer ver firmada la paz con la guerrilla de las FARC, son en promedio los mismos 7 de cada 10 colombianos que no aceptarían que aquel escenario se logre a cambio de impunidad y transición automática de la guerrilla al ejercicio de la política. Para el común de los colombianos, FARC y paramilitarismo son caras de la misma moneda violenta y arrogante.
En su momento no entendí los motivos de Luis Carlos para irse del país. Me lo imaginé acá en Colombia dando sus batallas con su capacidad dialéctica. Ahora lo entiendo, cuando veo el dolor de otras personas que decidieron desde Colombia poner la cara a la administración de justicia y esta, arrogante e indolentemente deja pasar los días, los meses y los años sin emitir ni sentencia condenatoria ni absolutoria y mantiene encarceladas a dichas personas con el argumento insostenible de que representan un peligro para la sociedad.
Luis Carlos desde donde esté siga dando la batallas mientras llega el pronunciamiento de la Corte Constitucional. Desde por acá sus amigos seguimos leyendo sus libros y valorando sus contribuciones a la paz y convivencia de los colombianos.
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