Prohibir – obligar, autonomía - responsabilidad

Alfredo Sarmiento Narváez

A propósito de un proyecto de ley que hace tránsito en el Congreso.

Todo lo obligado genera trampa y todo lo prohibido genera tentación. Esta premisa es, al lado del no matarás, no robarás y no levantaras falsas calumnias, de las pocas conclusiones y certezas definitivas que he decidido asumir a lo largo de mi periplo vital como estudiante, como profesional, como pareja, como educador, como padre, como amigo, como ciudadano; lo he hecho teniendo claro que, sin ser un relativista, soy persona que asume con criterio de provisionalidad sus propias ideas y particulares subjetividades.

Siempre me ha parecido inocuo eludir, por vía de la prohibición, o imponer, por vía de la obligación, el tratamiento de ciertos tópicos en determinados ambientes.

En diversos espacios vitales, que van desde la privacidad de una alcoba o de una mesa de comedor familiar, hasta los espacios más públicos de la plaza o la calle, pasando por aquellos que revisten cierta sacralidad, suelo escuchar que en ellos no se permite hablar ni de religión, ni de política, ni de erotismo y sexualidad; ante esa imposibilidad, la verdad quedo perplejo y me siento como en el lugar equivocado; soy de los que creo que cada uno de esos temas implica experiencias tan humanas, tan definitivamente humanas, que es en cada una de ellas que toda persona y toda comunidad, puede alcanzar sus propias formas de liberación o paradójicamente caer en sus propias cadenas de servidumbre; hay erotismos que liberan y otros que esclavizan, hay políticas que liberan y otras que esclavizan, hay religiosidades que liberan y otras que esclavizan,

A fuerza de prohibir el tratamiento de estos temas, o a fuerza de obligar su trámite dentro de formatos llenos de rigidez y con lógicas de control exacerbados que rayan con la morbosidad y la pacatería, nuestra cultura religiosa, política y erótica se ha empobrecido a tal punto que reducimos la religiosidad a vacuos rezanderismos, la política a mero electorerismo y la erótica y la sexualidad la condenamos a precarias formas de genitalismo, con evidentes consecuencias negativas para nuestra sociedad, donde vemos con estupor, a sicarios que se bendicen antes de asesinar, agendas políticas que se tramitan con fórmulas populistas y simplistas, y diversas formas de abusos sexuales que afectan a nuestras mujeres y nuestros menores.

Contextos tienen las cosas y todo texto fuera de contexto es un inadecuado camino y manipulación tendenciosa, pero soy de los que creo que la autonomía es el fundamento básico de la democracia y la autonomía ejercida con responsabilidad es la única garantía de una democracia sostenible.

Lejos de prohibir el tratamiento de ciertos temas religiosos, políticos y eróticos en nuestros hogares, colegios, espacios públicos e iglesias, lo que es necesario hacer es enriquecer las miradas de dichos temas y contribuir a enriquecer el significado humanizante de cada uno de las humanas experiencias que ellas representan.

Sin lugar a dudas, es la familia, el primer ambiente pedagógico de formación de valores religiosos, políticos y eróticos. Menos pacatería, prohibicionismo y obligacionismo y más autonomía, autorregulación, responsabilidad e integridad, menos relaciones pedagógicas de poder arbitrario y servilismo acrítico y más relaciones pedagógicas con autoridades legítimas y obediencias libres e inteligentes.

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