Es pretencioso el título de esta columna y lo propongo porque considero necesaria esta reflexión a manera de un alto en el camino entre los colombianos a fin de intentar, una vez más, otear los lugares y tiempos de los que venimos, los lugares y tiempos en los que estamos y los escenarios hacia donde queremos avanzar como resultado de un mediano, y por lo menos digno, consenso.
Muchas líneas de tensión tejen el entramado de la polarización política del país hoy: que si las objeciones a la JEP o su incuestionabilidad, que si el uso o no del Glifosato, que si el diálogo social, que si el uso de la fuerza, que el corrupto es aquel, que el corrupto es el otro, que unos somos los buenos, que los otros son los malos, que aquel es narco paramilitar, que aquel es narco guerrillero, que si traidor es aquel, que si paquete o subpresidente es el otro, que si uno es el titiritero, que otro es una marioneta, que si de pantalones es uno, que si tibio es el otro, que uno es de izquierda, que el otro es de derecha, que unos están con las instituciones, que otros atentan contra ellas, que la verdad, que la memoria, que la sostenibilidad, que si hay o no conflicto armado, que si este es víctima, que si aquel es victimario, que si lo público, que si lo privado, que si el mercado, que si el estado; este listado, solo para citar unos cuantos ejemplos.
En medio de esas líneas de tensión cada uno de nosotros, con su propia dosis de legítima subjetividad (nadie puede arrogarse el monopolio de la objetividad total sobre lo que acontece en el país), siente en carne viva un grado de confusión, una alta dosis de incertidumbre, no pocas sensaciones de impotencia y estados de desolación que nublan el propio discernimiento y debilitan el ponderado juicio; en medio de estos sentimientos, un supremo y sagrado anhelo de querer seguir optando por Colombia también nos habita, buscamos confluir, con los propios talentos y virtudes, con las propias carencias y sombras, en instancias y oportunidades de cooperación para dignificar la vida personal y comunitaria. De algún miedo nos queremos liberar y muchas suspicacias quisiéramos deponer.
Y no se trata de desaparecer la polarización, ni de reducir a cero los conflictos, o deponer los intereses; una sociedad dinámica, vital, necesita formas cada vez más dignas de conflictos, intereses más humanizantes, polarizaciones para ser tramitadas en medio de instancias de dialogo y decisión democráticas, enhorabuena, Colombia es un país que, de una parte, no tiene una democracia colapsada, y de otra parte, no tiene una democracia perfecta, motivos para que, más y mejor democracia, pueda llegar a ser un propósito unificador para todos.
Una mínima claridad necesitamos en lo porvenir si queremos avanzar: es menester entender que en la dinámica política, la estética en el discurso y en la palabra precede a la ética de la acción. Hagamos un pacto por cuidar nuestros pensamientos y nuestras palabras cuando tratemos de anunciar salidas para Colombia, incluso, tengamos el temple necesario, para cuidar la estética de nuestras denuncias si queremos acciones políticas asociadas, no sean motivo de futuras vergüenzas y arrepentimientos.
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