Supremacismos y supremacistas

Alfredo Sarmiento Narváez

Recientemente se celebró el día internacional del idioma y en virtud de ello, como punto de partida para esta columna, debo decir que las palabras ¨supremacismo y supremacista¨ aún no hacen parte del diccionario de la Real Academia de la Lengua, sin embargo, hay noticias que dan cuenta de un trámite interno en la ilustre Academia que apunta hacia dicho reconocimiento.

Ojalá sean acogidas esas palabras en el caudal de nuestro idioma, ya que en Colombia lo que sí se da silvestre por estas calendas son los supremacismos y los supremacistas: los hay de la moral, de la paz, de la probidad, de la sostenibilidad, del cambio climático, de la productividad, del feminismo, del humor, de las víctimas, de género, del animalismo, de la ciencia, de la tecnocracia, entre otros.

Cada uno de esos supremacismos y sobre todo, los supremacistas, fungen y fingen como grupo que se autoproclama superior a otros, despliegan un talante y un tono que les da licencia para referirse a ellos mismos como encarnación excelsa de la virtud suprema que se arrogan, al mismo tiempo que, de los otros, solo son capaces de predicar precisamente lo contrario: yo soy la probidad, la rectitud, la moral, la paz, nosotros (sobre todo los amigos) somos los morales, los rectos, los probos, las constructores de paz, mientras tanto, los otros (sobre todo los que tienen otra forma de pensar o de actuar) son los inmorales, los corruptos, los guerreristas, los traicioneros, los ignorantes, los brutos.

Los que apenas ayer ejercían acciones violentas contra la sociedad civil en nombre de una u otra ideología, se presentan hoy, supremacistas, como arquetipos de la paz, íconos de los derechos humanos, protectores y defensores de la vida de niños y jóvenes, garantes de la equidad de género, amigos de la inclusión y de la diversidad, promotores de la democracia, jamás secuestraron, jamás mataron, nunca extorsionaron, siempre han sido víctimas, nunca victimarios, perseguidos e incomprendidos, sus derechos todos fueron violados, ellos no violaron ni los derechos ni la dignidad de nadie; el supremacismo es parte de su ADN sociológico y psicológico, a manera de sectas.

Otros, que apenas ayer fungían como encarnación de los más altos valores de la rectitud, la probidad, la honestidad, la lealtad, mismos que han sido capaces de exigir máximos éticos a los demás mientras se reservan para ellos los mínimos legales cuando se trata de dar cuenta de sus comportamientos, hoy, por cuenta de fallos proferidos por la justicia y revelaciones de los nunca bien ponderados wikileaks, se encuentran explicando lo inexplicable, justificando lo injustificable, defendiendo lo indefendible, viendo como sus respectivos pedestales se diluyen en el mar de las contradicciones, de las ilegalidades, en el lodo de las hipocresías, haciendo poses de víctimas o de pedagogos para hacer creer que todo es una persecución contra ellos; acostumbrados a ser censores, inquisidores, acusadores y catones de diversas causas y contra ciertas personas, pasan hoy por el atanor de los señalamientos, requerimientos y preguntas que les hace una opinión pública perpleja.

Ante el peligro del supremacismo y los supremacistas: dignificar al otro como camino para dignificarse a sí mismo e imaginación, que es la recompensa de lo que no se es, y el buen humor que es consuelo de lo que sí se es.

Comentarios