Le atribuía dones mágicos para reducir pobreza, desempleo y desigualdad e incrementar el PIB. Abrazaba, dos siglos después, el teorema de la ventaja comparativa de David Ricardo por el cual, al perseguir cada país su provecho, se conquista el bienestar universal.
Pasaba sobre las realidades del comercio actual, un comercio administrado, lejos de ser libre. Omitía el papel que juegan los subsidios estatales de las potencias a sus industrias y agriculturas para exportar mercancías a precios por debajo del costo de producirlas; tampoco reparaba en las barreras no arancelarias, como normas sanitarias, cuotas y trabas aduaneras diversas; ni mencionaba la tasa de cambio, arma clave en las guerras comerciales, tal como Estados Unidos la utiliza actualmente, obviando que dichos instrumentos están al orden del día cuando la crisis global llama al proteccionismo.
Sin embargo, resultó inadmisible que olvidara el arma comercial básica del siglo XXI: el factor trabajo.
La globalización neoliberal se fundamentó en la competencia entre los mercados laborales del mundo y, aunque existe opinión generalizada de que su abaratamiento sólo es propio de países pobres, lo determinante para competir es la relación entre el salario y la productividad de la fuerza ocupada en cada país.
Cuando se mira la evolución de estos términos en Estados Unidos y Corea del Sur, nuestros próximos “socios comerciales”, las cifras son amenazantes.
De 19 países analizados, entre 2002 y 2010, Estados Unidos rebajó su índice de costo laboral de 100 puntos a 89.2 mientras la productividad la aumentó de 100 a 149.
En cuanto a Corea, el costo, en el mismo lapso, subió de 100 a 117 y la productividad pasó de 100 a 170. Cuando se comparan, son, junto con República Checa y Taiwán, los de mayor eficiencia del trabajo.
En el caso norteamericano, el “infierno laboral” vigente dista del “sueño americano” de otrora.
En el periodo estudiado, pasó de tener 8.3 millones de desempleados a 14.8 millones y de los 139 millones de empleos actuales, 26 son de tiempo parcial.
Han ratificado apenas dos de los siete convenios principales de la OIT, no se compromete con el derecho a la organización sindical, ni con el de negociación colectiva, ni con el de la no discriminación salarial por género en el empleo, entre otros.
No hay margen para creer que en ese marco en Colombia brotarán por encanto 500 mil empleos con el TLC. ¡Quién creyera, Estados Unidos también tiene ventaja absoluta en el factor trabajo!
Hace algunos días, en un debate sobre TLC en la Universidad de Los Andes, un profesor de economía defendía el comercio como variable principal en el desarrollo de los países.
Credito
AURELIO SUÁREZ MONTOYA
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