Neil Amstrong y la poesía

“Ya del Oriente en el confín profundo.La Luna aparta el nebuloso velo. Y leve sienta en el dormido mundo. Su casto pie con virginal recelo”, así le cantó el poeta tolimense a la luna, antes de que la bota del astronauta norteamericano hoyara la superficie selenita.

“Ya del Oriente en el confín profundo.La Luna aparta el nebuloso velo. Y leve sienta en el dormido mundo. Su casto pie con virginal recelo”, así le cantó el  poeta tolimense a la luna, antes de que la bota  del astronauta norteamericano hoyara la superficie selenita.

La hazaña de Neil Amastrong  aquel 20 de julio de 1969, al permanecer cerca de dos horas dando vueltas  sobre la aridez del lugar,  además de constituir la demostración contundente del  poder del imperio del norte, fue también la destrucción de un símbolo que rondó el imaginario de los artistas, especialmente el de los poetas. Desde esa fecha la luna dejó de ser sinónimo de idilio para convertirse en la extensión de  los tentáculos y ratificación del poder. Por eso la muerte de ese hombre paradigmático se convirtió en una pérdida irreparable.

Amstrong desde niño se fijo una meta: viajar por el espacio aéreo. A los quince años obtuvo la licencia para hacerlo, antes  de graduarse  en la secundaria. Su vida estuvo ligada a la aeronáutica, por eso el ser seleccionado para que fuera el primer hombre en descender en la luna no fue casual. Creo sinceramente que este personaje no fue amante de la poesía, pese a lo introvertido y al pasar grandes temporadas en su natal Wapakoneta contemplando el firmamento.  

Su mente siempre estuvo  pendiente de modelos, velocidades, fórmulas y demás parafernalia de la ingeniería aeroespacial. Sin embargo tuvo un gran impacto sobre la lírica contemporánea en dos direcciones: primero el haber desacralizado la fuente de inspiración de tanto poeta noctámbulo y, segundo: el convertirse él mismo en objeto de varios  poemas.

Un ejemplo del entusiasmo despertado por su hazaña nos lo da el  poeta colombiano Antonio Mora Vélez, amante también de los espacios siderales, quien  escribió, como homenaje al silencioso piloto los siguientes versos: “Tus huellas grabadas/En la luz de nuestra noches/Están allí, perennes/A la espera de otros vientos”. Tal vez el mejor verso  lo pronunció el propio Amstrong cuando caminó por la luna. No se sabe si se lo dictaron o fue de su propia imaginación, dijo simplemente: “Un pequeño paso para el hombre/ un gran salto para la humanidad”. 

Pero indiscutiblemente el poema más humano sobre este hecho lo escribió el poeta nadaista  Gonzalo Arango, hecho que le valió su salida de el diario El Tiempo, donde era columnista (espero no me suceda lo mismo por la transcripción parcial):  “Lo  embargaba una emoción tan tremenda/que no pudo evitarlo y soltó un pedo./En la majestad del silencio selenita/delató la presencia del hombre en la Luna./Aunque el incidente no estaba previsto/en el riguroso programa espacial,/pasará a la historia./Fue un pedo sublime./¡Nadie lo niega!

PROFESOR TITULAR UT

lcelemin@ut.edu.co

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN

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