En las últimas semanas las democracias liberales latinoamericanas han estado en la picota pública; no precisamente por sus grandes logros en crecimiento económico, en disminuir la inequidad, o por ser modelos de estímulo a la participación de los ciudadanos. No. Desafortunadamente, para ellas, ha sido, en la mayoría de los casos, por la irrupción en la escena pública de millones de protestantes, provenientes de los sectores sociales populares y especialmente de jóvenes, que han considerado que medidas de política económica de sus gobiernos los afectan de manera grave y han salido a protestar bulliciosa y masivamente.
Es lo que sucedió en Ecuador con la eliminación del subsidio a los combustibles, que llevó a reactivar las históricas manifestaciones hacia Quito de los indígenas, liderados por la Conaie, a la cual se sumaron otros sectores populares, que obligaron al gobierno de Lenin Moreno, no sólo a refugiarse inicialmente en Guayaquil, sino finalmente a aceptar derogar estas medidas e instaurar una Mesa de Diálogo con los sectores sociales.
En Chile, considerado por algunos como el ‘modelo’ a mostrar, del país que había instaurado el llamado paquete macroeconómico neoliberal, con el pretexto de un aumento en el valor del pasaje del metro de Santiago, terminó explotando, como una olla a presión, toda una inconformidad larvada, por un modelo económico que había profundizado la inequidad social y que aparentemente, por herencia perversa del modelo represivo de la dictadura pinochetista, había aceptado pasivamente todos esos ajustes, que implicaron privatización de la educación, la salud, las pensiones y finalmente que los beneficios del crecimiento económico solo acrecentarán la desigualdad y la inequidad.
En Haití hemos visto a los sectores populares manifestarse por varias semanas seguidas pidiendo la salida de su presidente Jovenel Moise por la incapacidad mostrada para el manejo de la situación económica y política que tiene a este pequeño y pobre país más empobrecido que nunca. Pero igualmente en Uruguay se han dado masivas manifestaciones para protestar contra un eventual mayor protagonismo de los militares en la vida pública de este pequeño país. Y siguen a la espera otros países del vecindario.
Todo lo anterior, sumado a lo que hemos visto en otras latitudes, Cataluña en España, Hong Kong, Inglaterra, Líbano, donde igualmente los ciudadanos parecen considerar como totalmente insuficientes los mecanismos de que dispone la democracia liberal y cada vez más consideran que la manera más eficaz para afrontar situaciones de crisis, de diverso tipo –incapacidad de los gobiernos para gestionar la economía y la política social, responder a demandas ciudadanas, o dar salidas a problemas políticos críticos-, es con su presencia protagónica y masiva en los espacios públicos, lo que sin duda le plantea un verdadero desafío a esta forma de gobierno, por cuanto está colocándose en cuestión los procedimientos, canales y sistemas de representación, los mecanismos formales de toma de decisiones y en últimas, la propia legitimidad de dichas democracias liberales.
Y por supuesto el tema va más allá de los estribillos de ‘que es la economía estúpido’, o contra el viejo o el nuevo populismo, el renacer del caudillismo, las nostalgias de la llamada vieja izquierda. Es evidente que se requieren nuevas y complejas preguntas, creativas reflexiones y respuestas mucho más audaces. Sino, la democracia liberal, especialmente la latinoamericana, seguramente seguirá por el despeñadero en que se encuentra.
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