Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre”. Mateo 24, 37- 44.
Hay que comprender y vivir el sentido del tiempo y la historia con un espíritu cristiano. Tiempo e historia tienen una razón de ser. El tiempo no pasa en vano, la historia no se detiene, se aprende de la historia, se aprovecha al máximo el tiempo, para que cuando llegue ese día tan anunciado del Señor, no tengamos la tristeza y la nostalgia de no tener nada que ofrecerle a Dios; al contrario la angustia y la desesperación de que ya no hay tiempo para mirar hacia atrás.
Es Dios quien determina el tiempo. Él es el señor del tiempo y el señor de la historia. Para Dios, el tiempo es salvífico, es algo así como un eterno presente. Para un ser humano, el tiempo son años, siglos.
Ninguna persona puede interferir en el tiempo de Dios. La gran consigna del creador del mundo: es estar vigilantes. Para Dios mil años puede ser un ayer que pasó. (cf. Salmo 90,4).
Un día es ante Dios, como mil años. (cf. II Pedro 3,8). La virtud de la esperanza cristiana va a ser determinante, en el transcurrir del tiempo. Quien sabe esperar no malgasta el tiempo.
La última palabra la tiene el Maestro de Nazareth: Nadie sabe ni el día, ni la hora, del fin del mundo. (cf. Mateo 24,36). Es el fin de “Un mundo” (cf. Isaías 65,17).
Lo que le da seguridad a un buen creyente, son las palabras del mismo Salvador: “El mundo pasará, pero su Palabra no pasará”. Así lo profetizó Isaías en el considerado, libro de la consolación. (cf. Isaías 40,7-8).
Estar vigilantes es la virtud que favorece el crecimiento en el espíritu. Cada persona debe darle a su propia existencia lo que se merece: “Cuido, perseverancia, cambio, renovación, superación, descanso, santidad de vida”. No en vano el apóstol de los gentiles, recomendaba a los romanos: Vigilancia y pureza de vida, dejando a un lado las obras de las tinieblas y revistiéndose de las armas de la luz. (cf. Romanos 13, 11-14).
El Papa Francisco recuerda que la esperanza de la eternidad, no nos dispensa de hacer de este mundo, más justo y habitable: “«Es más, justamente nuestra esperanza de poseer el Reino en la eternidad nos impulsa a trabajar para mejorar las condiciones de la vida terrena, especialmente de los hermanos más débiles. Que la Virgen María nos ayude a no ser personas y comunidades resignadas con el presente”.
Cuida tu salud: Quien está vigilante, no pierde la paz en su corazón.
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