Es cierto que con frecuencia se exagera y se tiende a generalizar a partir de experiencias personales pero, también es cierto que son muchos los que actúan con descomedimiento, negligencia, antipatía y arrogancia.
Esto ha dado lugar a que de ellos se diga con frecuencia que el cargo les subió los humos, les creció el ego o que los invade el complejo de superioridad, no sólo a quienes ostentan altos cargos sino también a quienes tienen cargos medios e inclusive bajos.
Efectivamente hay funcionarios que parecen no haber entendido que su posición es pasajera y que, además, son servidores públicos y ello debe significar su compromiso y disposición permanente para colaborar con los ciudadanos que demandan información, servicios y respuestas, así sean negativas.
Ofende, muy especialmente, la descortesía con que reciben al ciudadano a quien a veces ni saludan o le responden “con dos piedras en la mano”; ofende también la ordinariez y brusquedad que muchos funcionarios manejan en su lenguaje, haciendo sentir mal al ciudadano, o dueño de su tiempo; o el manejo de expresiones que sugieren que él/ella es el dueño de los recursos, olvidando que el presupuesto público está conformado con los impuesto que pagamos los ciudadanos y que se supone que las decisiones deben responder a planes y programas de gobierno supuestamente concertados y avalados por la ciudadanía.
Se entiende que algunas veces las reacciones infortunadas de funcionarios responden a la presión que enfrentan, bien sea en el trabajo o en su vida personal, pero es obvio que deben haber recibido entrenamiento adecuado para saber controlarse y manejar público, aún el difícil.
De otro lado, también es justo reconocer que muchos ciudadanos actúan en forma descomedida con los servidores públicos y hasta llegan a irrespetarlos; esto a su vez, puede obedecer a la exasperación que produce la lentitud con que procesan sus requerimientos, a las horas, días y semanas que les hacen perder haciendo colas interminables y en condiciones deplorables, o pasando de una oficina a otra sin que en ninguna resuelvan su asunto.
En suma, de uno y otro lado se dan condiciones que hacen, que en muchos casos, la relación funcionario público-ciudadano se convierta en algo muy ingrato y ésto explica la mala imagen que de aquellos se ha consolidado en la sociedad.
Ahora bien, con las consideraciones anteriores sobre la responsabilidad que cabe a unos y a otros, es claro que las cosas sólo pueden corregirse en la medida en que, también, unos y otros pongan de su parte.
No obstante, la mayor responsabilidad recae en los servidores públicos que además de formarse para generar una relación amable y considerada, deberán educar a los ciudadanos con su comportamiento respetuoso y diligente, entendiendo que en muchos momentos, ellos mismos actúan como ciudadanos ante otro que es funcionario público al cual demandan un servicio y de quien esperan respeto y diligencia.
Ahora, comenzando un nuevo año y una nueva administración en el departamento y municipio debemos, ciudadanos y servidores públicos, modificar ciertos comportamientos.
Sólo si actuamos así, estaremos aportando al logro de una grata convivencia y a la construcción de la paz en nuestro entorno.
Es usual escuchar comentarios desapacibles sobre los funcionarios públicos y eso tiene que ver principalmente con el tipo de relación que muchos de ellos suelen establecer con los ciudadanos que demandan sus servicios.
Credito
MARTHA CRUZ Especial para EL NUEVO DÍA
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