PUBLICIDAD
Aquí en particular me quiero referir a aquellas personas que hablan en exceso, monopolizan las conversaciones, interrumpen a los demás, y para completar, hablan con un nivel de detalle que terminan desesperando al más paciente. Cuentan historias, desde interesantes hasta insulsas, con una minucia que a nadie importa y además resultan irrelevantes e impertinentes. Se van por las ramas, las adornan con anécdotas personales, de sus parientes y amigos y como si fuera poco tienden a repetirlas hasta la desesperación.
En suma, terminan siendo personas a quienes otros le huyen y buscan una disculpa para evitarse el escucharle y siempre que es posible optan por excluirlas de sus reuniones. Todos quisieran pedirle que vaya al grano, que puntualice y sintetice el asunto, pero no tienen el coraje de expresarlo y solo lo comentan a sus espaldas. Difícilmente alguien tiene el coraje del Rey Juan Carlos cuando, al borde de la desesperación le dijo a Chávez: ¿Por qué no te callas? Sin duda en un acto de descortesía que recibió el rechazo de muchos, pero que otros entendieron y agradecieron, porque compartían la desesperación de escuchar intervenciones interminables.
Muy posiblemente algunos de los lectores han traído a su mente nombres de personas cercanas que se ubican en uno y otro de los extremos anotados, y estarán de acuerdo en la importancia de que cada uno reconozca cuál es su estilo y lo corrija. Para ello, si hace falta puede pedir a alguien de su confianza que le comente con máxima sinceridad cómo califica su estilo y proceda entonces a introducir los correctivos en forma consciente. Podría ser que no le resulte fácil, y lo primero es que entienda que lograr el equilibrio en esta materia es posible y le puede traer grandes beneficios en muchos aspectos de su vida. Así que anímese, nunca es tarde para cambiar.
*Asesora en Habilidades Sociales y Productividad Personal.
Comentarios