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Con este tipo de personas es muy difícil establecer una interlocución amable y enriquecedora, pues suelen pensar que saben más que los demás, que tienen más experiencia que los otros, que su versión es la correcta, que tienen la razón en cualquier discusión y que su opinión es más importante y acertada que las demás.
En tales condiciones es desgastante y fastidiosa cualquier interrelación, tanto que puede generar agrias discusiones e incluso al rompimiento de la comunicación.
En general, se trata de personas que no son conscientes de su comportamiento, de cuánto perturban a los demás y cuánto daño se hacen a sí mismas.
Suelen culpar a los demás de sentir envidia de sus conocimientos y logros y consideran que lo malinterpretan porque “la ignorancia es atrevida”. Ellas, a su vez, suelen ser calificadas como autoritarias, intolerantes, excluyentes, “sabiondas” y hasta indeseables como interlocutoras.
Quienes actúan de esa manera reflejan un fuerte autoritarismo y en el fondo son personas inseguras que necesitan llamar la atención, así sea gritando o haciendo “berrinches”. Esa inseguridad, con frecuencia le hace sentir que reconocer su equivocación o aceptar que alguien tiene la razón, le implica perder respeto, admiración o protagonismo.
Tenga en cuenta que lo único constante es el cambio y que, con la gran velocidad con que crece y evoluciona el conocimiento, es posible que lo que hoy es un hecho cierto posiblemente mañana se haya modificado, ampliado o profundizado.
Por ello, no es correcto tratar de imponer un concepto sin considerar las opiniones, gustos o preferencias de los demás, o subestimar nuevas ideas o puntos de vista. Tener en cuenta el punto de vista de otros puede aportar nuevos ángulos y perspectivas de análisis de un problema o situación, ver nuevas oportunidades o encontrar diferentes maneras de hacer las cosas.
Es imperativo que aprendamos a escucharnos y a observar nuestras propias actitudes y comportamientos con objetividad para reconocer si con ellos entorpecemos nuestra relación con los demás.
Acepte que, por más que usted sepa sobre un tema, sea el jefe o tenga una amplia experiencia, no necesariamente tiene la razón en todo, ni “se las sabe todas”.
Aprenda a escuchar con atención, pare de hablar y haga silencio, evite imponerse sin dar espacio para que otros se expresen. Inclusive, estimule la controversia y pida nuevos puntos de vista, con ello podrá ratificar o corregir sus ideas y enriquecer sus conocimientos.
Estas consideraciones son válidas para todos los ámbitos, ya sea el laboral, familiar, social o afectivo.
Sea respetuoso de las ideas de otros y, aun cuando se considere el más versado, permita a los demás exponer sus conceptos, no importa si después deban reconocer la equivocación, esa una forma de enseñar.
No interrumpa constantemente a las personas cuando le hablan, mírelas cuando se dirijan a usted, controle sus expresiones de fastidio, aburrimiento o desaprobación; tampoco termine las frases que ellos inician.
Reconozca el aporte de los demás, si es posible en público y de manera inmediata. Esa es una expresión de respeto y además una motivación a la participación, creatividad y compromiso.
En fin, muéstrese siempre dispuesto a escuchar y a aprender; cada persona por sencilla o humilde que sea, tiene algo valioso qué enseñar. Cada día podemos aprender algo, sólo se necesita tener una mente abierta y dispuesta a reconocer que no siempre tenemos la razón, ni somos poseedores de la verdad única y absoluta.
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