Treinta años han pasado desde aquel fatídico 13 de noviembre en que la erupción del volcán Nevado del Ruiz borró del mapa a Armero.
De aquella población conocida como la Ciudad Blanca solo queda el recuerdo empañado sobre nubes de polvo y ceniza acompañando un mar de lodo, cuya fuerza sepultó a más de 25 mil personas y separó a otras miles.
Si para quienes fueron simples espectadores, que siguieron tras sus televisores las historias de destrucción, muerte y desolación, las desgarradoras imágenes siguen siendo una pesadilla de la que sienten no despiertan, al recordar cómo esa experiencia los sumió en depresión y temor a la naturaleza y a Dios, para sus víctimas es una herida que en vez de cicatrizar con los años se vuelve más honda y dolorosa, más aún para aquellas madres que viven en una búsqueda constante de sus hijos, de quienes no saben en manos de quién o dónde fueron a parar.
Su interminable o para algunos obsesiva búsqueda no las deja estar en paz, ni les permite hacer borrón y cuenta nueva, y cómo si las evidencias les indican que fueron rescatados con vida, y su instinto de madres les hace ver y sentir que están en lo cierto: sus hijos están en algún lugar del mundo a la espera de un reencuentro.
Una de esas mujeres que se aferran a la fe es Claudia Ramírez, una odontóloga periodoncista, y docente consumada que ya completa 30 años buscando a Andrés Felipe, su primogénito perdido.
Esta armerita que se salvó de morir en la tierra que la vio nacer, crecer y casarse por primer vez, y en la que perecieron sus padres a causa de la avalancha, no pierde la esperanza de abrazar entre sus brazos a su pequeño, hoy un hombre de 36 años.
Durante estas tres décadas Claudia ha esperado respuesta sobre dónde está su hijo y “todos los niños que sobrevivieron a la tragedia y que nunca se han reencontrado con su familia” y pide a las familias del mundo en cuyos hogares “hayan acogido a un niño de Armero” que les cuenten sobre su origen, para que estos sepan que “nunca han sido olvidados”.
Pero ahí no para. Exige al Estado “verdad y reparación” y generar un marco legal para los niños perdidos de Armero, en razón de “que nuestros hijos desaparecidos no tienen ningún estatus ante la ley, algunos incluso para trámite de las sucesiones de los supervivientes tienen certificados por muerte presunta por desaparecimiento”.
A la vez no cesa de preguntar al Icbf ¿dónde están las listas de niños sobrevivientes? Porque no puede creer que solo 165 niños sobrevivieron a la tragedia, “siendo que en Bogotá vi más de 100, no en Ibagué, ¿qué pasó con los que llevaron a Villeta, Honda, Cali y Medellín?”.
Su pérdida
Dos días antes de la catástrofe fue la última vez que Claudia Ramírez vio a su pequeño y a sus padres, pues desde hacía un tiempo vivía en Bogotá, donde cursaba sus estudios universitarios, y solo permanecía en Armero los fines de semana.
Recuerda que ese miércoles llamó como lo hacía siempre, para desearles buenas noches, pero por más que insistió no le entró la llamada. Esa situación, que para algunos podría ser normal, para Claudia era señal de que algo muy grave estaba sucediendo, ya que sus padres, Roberto Ramírez y Ana Mercedes Villamizar, permanecían muy conectados debido a que su progenitor, además de ser el odontólogo del pueblo, era el presidente de la Cruz Roja.
En medio de su incertidumbre se comunicó con amigos armeritas que residían en Bogotá, quienes le manifestaron que estaban en la misma situación. Ese mal presentimiento que se había apoderado de su ser fue comprobado pasada la medianoche, cuando uno de sus conocidos logró comunicarse, y escuchó a su interlocutor decir “no se ve Armero”.
Ante tan terrible noticia emprendieron viaje y llegaron a la zona de la catástrofe el 14 de noviembre. “Cuando llegué vi la magnitud de lo sucedido y empecé a buscar a mis padres y a mi hijo”, cuenta con la voz entrecortada.
Su desesperación por no encontrar a los suyos y ver una especie de Apocalipsis ante sus ojos es indescriptible.
Recuerda que 10 días después de la emergencia fue encontrada por unos familiares que la regresaron a Bogotá, llevando consigo un sentimiento que le indicaba que su hijo estaba con vida, y que debía emprender su búsqueda. Ese pálpito encontró una señal para continuar, en una llamada recibida a finales de noviembre del 85.
El hombre tras la línea, un amigo, le avisó que acaba de ver a su pequeño por televisión. En la corta aparición ante cámaras un niño había dicho “soy Andrés Felipe Cubides y mi mamá se llama Claudia”.
“Mi amigo me dice ‘Andrés Felipe sobrevivió, búsquenlo que debe estar en cualquiera de los albergues aquí en Bogotá’”, refiere al mencionar que los visitó todos, pero en ninguno estaba ni en la capital de la República ni afuera.
“Pasaron los días y las listas no salían o no coincidían. El desorden fue total, el manejo que se hizo fue inadecuado, obviamente que la tragedia sorprendió al Estado, este no estaba preparado para semejante catástrofe, especialmente para el manejo de los menores de edad que sobrevivieron”, prosiguió.
Y agregó: “Atendiendo a mi corazón de madre he estado en esta búsqueda no solo aquí sino también fuera del país, donde encontré que llevaron niños que fueron dados en adopción, unos más pequeños que el mío, pero eso confirmó lo que yo siempre había pensado: que muchos fueron dados en adopción sin que se hubieran tratado antes los reencuentros con sus familiares que habían sobrevivido”.
Estando en su periplo por Colombia y el exterior buscando a su hijo, y tras pasar 25 años, halló lo que para ella es la prueba reina que le da la razón y confirma lo que le había mencionado un amigo en el pasado; por causalidad vio un programa de televisión en el que presentan el rescate de Andrés Felipe.
En una de las imágenes de archivo apareció el niño sostenido en brazos por algunas personas, tomando un vaso de agua.
“Mis ojos y mi corazón no están equivocados, ese es mi hijo”, sustenta al mencionar que ese video, junto a un retrato que le permite visualizar cómo luciría Andrés Felipe a los 20, 25, 30 y 35 años, efectuado por un dibujante forense, han sido en los últimos años sus armas para seguir la búsqueda por Colombia, Estados Unidos, Holanda, Francia y España, estos últimos países a través de redes de búsqueda.
Con el coraje y la convicción de que sus esfuerzos no son en vano, Claudia fue la primera en entregar su ADN al laboratorio de Emilio Yunis, el científico que donó a la Fundación Armando Armero un banco de muestras para los damnificados de Armero para hacer los cotejos.
Ya se han efectuado tres con jóvenes, pero han dado negativo.“A uno de ellos lo encontramos en Holanda, vino pensando que yo era su mamá y se hizo la prueba, infortunadamente no fuimos compatibles, de hecho ni siquiera era de Armero. Todo el tiempo había creído que ese era su origen, debido a que en sus papeles de adopción aparecía que su madre murió en Armero y resulta que la señora está viva en Bogotá. Él se había perdido y lo hicieron pasar como uno de los huérfanos de la avalancha”, expresa.
Generación perdida
El drama aún sin fin de Claudia y todas las historias que ha conocido a través de estos años, tanto vinculada a la fundación Armando Armero como independiente, la llevan a concluir “que la última generación de armeritas está perdida”.“Conozco de familias que entregaron sus hijos a los socorristas y nunca los volvieron a encontrar. Personas que entregaron sus hijos pensando en hallarlos en los pueblos más cercanos y no fue así”, comenta Claudia.
Junto a la certeza de que su hijo sobrevivió a la tragedia y con el antecedente del joven holandés que creció creyendo ser de Armero, Claudia está segura que en 1985 se manipularon las cosas para que niños a los que se les desconocía su procedencia fueran pasados por armeritas para ser dados en adopción.“Los revolvieron con los otros niños que eran huérfanos, entonces no sabían cuáles eran los de Armero, por lo que llegábamos a buscarlos y no sabían. Yo encontré en Pereira un niño que se crió en un orfanato, y era de Armero, nadie lo buscó, nadie sabía que estaba allí porque el director de ese instituto nunca informó que lo tenía”, argumenta.
El caso de Claudia hace parte de los 236 de que tiene registro la fundación Armando Armero, que dan cuenta de familias que dicen haber visto vivos a sus hijos o parientes luego de la erupción del volcán Nevado del Ruiz. Según el director de esta ONG, Francisco González, estos casos están consignados en el ‘Libro Blanco de los niños perdidos de Armero’, el cual contiene los nombres, fotografías, datos e historias de estos menores.“Esta emergencia explotó toda la atención hospitalaria del país y en medio de esa desorganización muchos niños se robaron de la tragedia, muchos se perdieron”, indica González.A la vez que refiere que “la mayoría de ellos crecieron en hogares colombianos y otros fueron sacados del país por conductos regulares e irregulares y se presume que están en Italia, Suecia, Alemania, Estados Unidos... Esa fue la feria de los niños”.
Junto con este ‘Libro Blanco’, la Fundación Armando Armero ha creado el ‘Libro Verde’, que contiene registro de seis niños hoy adultos que buscan a sus familiares.Estos dos textos están siendo cotejados con el ‘Libro Rojo’ del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, registro que para muchas familias les puede ayudar a descubrir cuál fue el destino de sus seres desaparecidos.Los resultados del análisis serán expuestos esta tarde a las 3 en el antiguo teatro de Armero, y según Claudia y Francisco, es un documento histórico que deja ver que no hubo “ningún protocolo legal de entrega de un menor” por el Icbf.Tanto es así que entre lo anunciado por Claudia hay consignadas entregas “en donde se expresa que se entrega el niño N.N. al señor … quien dice ser el tío, sin cédula, sin dirección, sin nada” y que sirve para “ver el mal manejo que se hizo de nuestros pequeños que estaban en custodia del Estado”.
“Niños perdidos de Armero no hay”
Contrario al testimonio de Claudia y las decenas de historias que por estas fechas salen a la luz, Nidia Beatriz Rozo asegura que “niños perdidos de Armero no hay”, que quienes dicen esto “son personas que perdieron sus niños y no han hecho el duelo”.Rozo, quien para la época de la catástrofe manejaba la oficina Jurídica y tenía la orientación jurídica y técnica de los defensores de familia del Icbf, explica que el llamado ‘Libro Rojo’ no es más que la reunión de las historias sociofamiliares de los 179 niños que fueron entregados al Instituto, y que, ya fuera por intermedio de un Hogar amigo o de manera directa, fueron entregados al miembro de su familia que lo reclamó.
El libro, que yace bajo custodia de la oficina de adopciones de la Regional Tolima, en su interior están decenas de formatos del Instituto en los que se indica las características físicas del niño y en gran parte de las páginas están pegadas con cinta de enmascarar fotografías instantáneas de los infantes. Según cuenta, dicho libro empezó a formarse al otro día de la tragedia, luego de que Jaime Benítez Tobón, el director de la época conformara un equipo multiprofesional de cinco regionales, el cual se trasladó a los sitios más neurálgicos siendo estos Lérida, Honda y Cambao, y en la Regional Tolima empezó a operar un equipo de 24 horas con defensoras, trabajadoras sociales y psicólogos para recibir los niños que mandaban las distintas entidades.
“Empezamos con el famoso libro, a abrirle actas de entrega, si no estoy mal son 179 entregas”, refiere, al sustentar que para cada entrega estaba presente el defensor con el equipo psicosocial para la entrevista con el familiar reclamante y a su vez se efectuaba un acercamiento con el menor para ver su reacción “porque era muy importante la actitud del niño”.
En el caso de los bebés, que dice fueron solo dos o tres los que se recibieron en el Instituto, se efectuaban exámenes de hemoclasificación que daban el 75 por ciento de certeza.De todos los menores que llegaron al Instituto advierte que solo se dieron en adopción unos seis “que llamábamos en esa época abandonados, es decir que no los reclamó nadie, y esos fu?eron los únicos que se adoptaron; tres se quedaron en Ibagué y uno en Bogotá”, con lo que intenta echar por tierra los señalamientos de familias que aseguran que los niños fueron dados en adopción de forma indiscriminada.Es más, advierte que salió del Icbf en 2011 y que en sus últimos 15 años manejó el programa de adopciones y “en ese tiempo desde la emergencia de Armero hasta junio de 2011 no se presentó en la Regional Tolima una persona que reclamara su niño”.
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