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Algunos gastan su tiempo en destruir nosotros lo invertimos en construir, otros peor aún, se autodestruyen utilizando la falacia, la ofensa y la diatriba como instrumento para hacer política, a esos no solo los conoceréis por sus hechos sino por sus maledicencias.
Siempre trae recompensas obrar bien, decir la verdad, aferrarse a la legalidad, a la institucionalidad y por supuesto en este ejercicio a los hechos. Nuestra sociedad actual sigue en continua evolución, destacándose más la agudización del sentido común ese que les indica a los ciudadanos quien solo asiste a ellos para servirse no para servirles y entonces aplican como la canción “yo quiero a la que me quiere y olvido a la que me olvida”.
Algunos son títeres de su propia soberbia y vanidad, otros con poder demuestran su verdadero valor tasándolo en precio y otros sencillamente son víctimas de la ideologización que satisface interés generando polarización. Muchos políticos y líderes tienen la reputación de distorsionar los hechos y manipular la información con el fin de promover sus propias agendas y obtener el apoyo de los votantes.
La cercanía con los ciudadanos, el respeto por ellos y el trabajo incansable, es el estilo que se impone para lograr resultados, lograr hechos tangibles, verdad, legitimidad y cariño, eso se refleja en la favorabilidad de quienes permanentemente acudimos al favor popular, al mandato ciudadano.
Que satisfactorio es librar batallas y que los mejores aliados sean aquellos con los cuales codo a codo construimos esperanza y esa esperanza la convertimos en realidad; obtener victorias es trazarse nuevas metas, generar entusiasmo y esperanza para que el rigor de los hechos genere propósitos comunes y desde allí se consolide esa relación mutua verdaderamente vale.
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