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A lo lejos, las montañas de Cajamarca se ven como una colcha de retazos de tantos cultivos distintos: fríjol, café, arveja, habichuela, maíz y papa; frutales como tomate de árbol, curuba, granadilla, mora, uchuva, breva y naranja; y la arracacha, del cual es el mayor productor del país. Los campesinos alternan las siembras con facilidad y producen todo el año.
“Sembramos arracacha y, mientras da, vamos sembrando fríjol. Mientras va dando el fríjol, vamos sembrando arvejas o maíz o habichuelas. Todos los meses sembramos y cosechamos. Gracias a Dios nunca descansamos”, cuenta el agricultor cajamarcuno José María Caicedo.
El Cañón de Anaime, ubicado entre los ríos Anaime y Bermellón, el descomunal cerro Machín o los verdosos cultivos de arracacha han desarrollado en sus ciudadanos una alta sensibilización y amor por el entorno con el que se ganan la vida diariamente.
En Cajamarca confluyen las vías que conectan Bogotá con el sur del país y el puerto de Buenaventura. Las condiciones ambientales, la riqueza de sus suelos y su estratégica ubicación lo convirtieron en un punto de referencia de la producción agroalimentaria del país. Allí todos lo saben y se sienten orgullosos de ello.
Justamente, de esa mezcla de culturas brotó en el cajamarcuno una tradición apegada al cultivo exhaustivo de la tierra y otra de empuje hacia el comercio. Eso se siente en su ambiente: calles estrechas, casas antiguas, cierta tradición religiosa y una atmósfera de constante laboriosidad.
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