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El olor a tamal en la 14 se confunde con el de la carne fresca de las ‘famas’, el de las almojábanas acompañadas con café pintado, el de la sopa de menudo de los restaurantes de mesa larga, el de las ventas de pollo y pescado atendidos en su mayoría por mujeres, el del queso criollo, costeño y campesino que se consigue a la entrada del sótano y el de la chicha de arracacha que dos mujeres longevas venden en la entrada a $1.500 el vaso con ñapa incluida desde hace más de 50 años.
Son las 8:00 a.m. y el bullicio de la multitud que frecuenta la plaza se mezcla con la música popular que a esa hora ya suena en las cantinas, tabernas, burdeles, billares y ‘tintiaderos’ establecidos a lado y lado de la galería más antigua de la ciudad.
En las cuadras aledañas a la plaza también se ubican compraventas de café, supermercados, almacenes de insumos, veterinarias y más tabernas y cantinas, entre esas El Dólar, Fonda Honduras, El Manantial y La Beba de la 14.
Durante sábado y domingo permanecen atiborradas de campesinos y trabajadores de la plaza que se dan cita allí desde muy temprano para conversar mientras beben licor y escuchan la música que les gusta, por lo general popular, ranchera o de carrilera.
A través del tiempo, la radio ha contribuido a construir una identidad nacional en el campo colombiano a través de elementos como la música, y dicha identidad encuentra en estos lugares de las plazas de mercado el mejor escenario para expresarse.
Este tipo de espacios que pueden ser vistos como simples cantinas de ocio y perdición, son fundamentales en la construcción de identidades, tradiciones y costumbres de los pueblos que acuden a ellos para encontrarse, comunicarse y formar visiones del mundo.
Desde la década del 50, en los alrededores de las plazas era común encontrar chicherías, sitios en los que a precios bajos se comercializaba chicha y guarapo como bebidas embriagantes a campesinos, coteros, revendedores, choferes, obreros, entre otros integrantes de las clases populares de la época.
Estos lugares fueron adquiriendo relevancia para las autoridades cuando se enteraron que servían como puntos de encuentro para la planeación de revueltas y agitaciones en contra de los gobiernos de la época.Con la prohibición de la chicha y el guarapo por orden presidencial bajo la creencia de que su consumo embrutecía a las masas y las tornaba eufóricas y violentas, y también la clara intención de beneficiar a la industria cervecera y de otros licores, las chicherías que funcionaban en inmediaciones de las plazas desaparecieron para dar lugar a las cantinas, tabernas, billares y fuentes de soda que en la actualidad cumplen una función similar: servir como sitios de encuentro para las masas rurales y urbanas; campesinos agricultores, jornaleros, andariegos, coteros, entre otros.
A las 9:00 a.m. una pareja de esposos se dispone a cargar un colchón nuevo en La Novedosa, nombre con el que se le conoce a la chiva que sigue en la ruta hacia Tapias y la región cercana al volcán Machín en la zona rural de Ibagué. Una vez dejen el colchón que acaban de comprar, se desplazaran a hacer el mercado de la semana rápidamente pues el vehículo está próximo a salir.
Hoy no habrá tiempo para que don Félix se reúna con sus amigos del cañón del Combeima y algunos intermediarios de la plaza a beber cerveza y comentar los problemas que se presentan en las veredas donde cada uno de ellos habita, hablar de peleas de gallos, de cultivos, plagas, malezas, variación de precios de alimentos al por mayor, de mujeres, música, dinero, traiciones, desamores, engaños, despechos, tristezas, alegrías, buenas épocas, otras no tanto y hasta de política.
La riqueza histórica y sociocultural de las plazas de mercado radica en que son los centros de cultura popular por excelencia de cualquier ciudad. Allí confluye el campo con la ciudad a través del encuentro de campesinos y citadinos que acuden a abastecerse de alimentos frescos y a precios justos, bien sea para consumo propio o para la reventa.
Don Maximiliano, un hombre de sesenta y tantos años, viste una camisa a cuadros de mangas largas, pantalón de paño con prenses, botas de cuero recién lustradas, sombrero encintado y un machete Águila Corneta oculto dentro de la cubierta de ramales nuevos que utiliza cada vez que viene a la ciudad para hacer diligencias o beber algunos tragos con el fruto de la cosecha de café, tomate, habichuela, lulo o el producto que haya cultivado de acuerdo a la época del año.
Son las 10:40 a.m. y don Maximiliano me invita una cerveza después de una amena conversación en la que me contó algunos detalles de su vida en el campo. Entramos a una de las cantinas que hay cerca de la calle 13 con carrera 1. Desde allí se observan los camperos que cubren las líneas de transporte veredal de la zona rural de Ibagué. En su mayoría son vehículos de marca Jeep Willis y Aro Carpati, estos últimos provenientes de la Unión Soviética, vendidos en Colombia a finales de 1960 y hasta mediados del 70.
Pedimos dos Póker y mientras le damos los primeros sorbos se escucha de fondo una canción que a don Maximiliano le gusta bastante. Le recuerda cuando vivió en Cajamarca y conoció a su primera esposa, a la que quiso mucho, me comenta.
“¿Qué más le pido a la vida? ¿Qué más teniéndote a ti? Si soy tan feliz contigo, eres todo para mí. Un amor sin invitados, siempre confiamos los dos. No hicieron falta testigos, así somos tú y yo.” Es un fragmento del tema musical que se titula Eres todo en mi vida, la canta Darío Gómez, conocido en el género de música popular como el Rey del despecho.
A don Maximiliano le gusta esta y otras canciones que escucha en las cantinas y en el radio de la finca, por los recuerdos de su esposa y porque puede evocar épocas más favorables y felices.
Ahora vive en una vereda del cañón del Combeima y convive con otra esposa. Frecuenta más estos espacios y entabla conversaciones con personas de otras veredas con quienes comparte sus conocimientos, semillas, datos, experiencias, gustos por actividades como el juego de billar, tejo, las apuestas en peleas de gallos y otras actividades en común de la cultura popular campesina.
- ¡Qué más le pido a la vida! Exclama don Maximiliano mientras trata de emular al rey del despecho.
Al tiempo pide que brindemos y me estrecha la mano. Me invita a su finca un día de estos, se despide y cruza la calle para abordar el Jeep que lo llevará hasta su casa.
Cientos de campesinos provenientes de corregimientos y veredas de Ibagué se dan cita cada fin de semana en las plazas de mercado. Comercializan productos agropecuarios, buscan empleo en fincas, compran insumos para cultivos y animales, hacen mercado o se divierten con amigos, conversan sobre la cotidianidad y las anécdotas de la vida rural, mojan la palabra con cerveza, ron o aguardiente y se acompañan de melodías populares cuyas letras recuerdan vivencias, épocas mejores y momentos felices con amores correspondidos.
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