Lo 'doloroso' de ser médico en medio de la crisis de la salud

COLPRENSA - EL NUEVO DÍA
El médico Fabio Sinisterra dice que el último tiempo que estuvo ejerciendo su profesión terminó sintiéndose un completo estúpido y por eso, en parte, el 25 de enero renunció al trabajo que tenía en la IPS Esimed Cali Norte, que es la misma antigua clínica de Saludcoop.

La misma clínica donde David Ballén, un abuelo con 74 años y fallas renales, murió el pasado 2 marzo luego de permanecer nueve horas esperando a ser atendido en la sala de urgencias. 

En La Tola, Nariño, donde el médico Fabio Sinisterra nació hace 27 años, su niñez transcurrió a salvo de una las mayores incertidumbres de un muchachito: ¿qué voy a ser cuando sea grande? Porque de pequeño él siempre lo supo, estuvo seguro que la curiosidad científica que le provocaba el cuerpo humano ya le había mostrado la ruta: “Yo quería ser médico, sí o sí”, recuerda ahora, mientras cae en cuenta que desde que renunció ya varias veces ha rechazado la oportunidad de volver a trabajar. 

Hoy un médico general – explica-, debe encarar tantos líos en su día a día, que muchas veces no puede ayudar como debería a los pacientes y esa contradicción poco a poco se ha vuelto tan común como saber de alguien que tuvo gripa. Entonces como Fabio Sinisterra no entiende la medicina de esa forma se ha resignado a incumplir su sueño infantil, confiesa detrás de unos lentes recetados y sentado en la plazoleta de comidas de un centro comercial. 

Entre su inventario de motivos para estar ahí y no en un consultorio vestido de bata blanca, las estupideces que como médico ha tenido que ver van apareciendo en su voz entrelazando la enumeración de una sintomatología que describe un mal mayor: el cáncer de las EPS, que ya no solo mata pacientes sino que enferma a los propios doctores: “El sistema de salud está articulado para que funcione mal. A la hora de la consulta uno encuentra gente tan maltratada, que ya entra completamente agresiva, con una piedra en cada mano… ” 

‘Con mi sueldo se paga el tuyo’, ‘por mí es que vos comés’, y ‘te vas a acordar de mí’, son frases que entre madrazos, amenazas y descalificativos menos asépticos, un médico puede escuchar todos los días, cuenta Fabio Sinisterra, recordando la vez que a su colega Susana Cañizales le lanzaron una bolsa con vómito, y cómo en otra ocasión, cuando ella estaba embarazada, se salvó ser golpeada por la desesperación de otro paciente. 

“La clínica no podía darnos seguridad y hubo un momento en que tuvimos que organizarnos; si en medio de un turno alguno de nosotros gritaba, todos teníamos que correr para ver qué estaba pasando… si uno tiene que dejar un paciente al que le está salvando la vida para ir a socorrer a un colega que trataba de hacer lo mismo, ¿no es eso una estupidez?” 

En el 2013 Ana María Ramón se graduó como médica. Fue un sueño cumplido que comenzó hace mucho, viendo a su papá, enfermero jefe de la Univalle, que siempre tuvo una devoción religiosa por ayudar a otros. 

Pero la ilusión con que empezó a estudiar se ha ido desvaneciendo, confiesa ella, 31 años, el pelo rojo, y ninguna sonrisa al hablar de lo que resulta el ejercicio de su profesión en Colombia. Aquí la ciudad es lo de menos, dice, porque la situación se repite igual en Bogotá o en Medellín. En la Costa Atlántica o en el Putumayo: “Es la deshumanización de todo, pacientes vistos como clientes y médicos hablando de usuarios…” 

En Cali, la médica Ana María Ramón sabe de pacientes diabéticos e hipertensos que diariamente van a buscar remedios que les fueron recetados a tiempo, pero de los que no quedan existencias. Muchos de ellos, yendo de un lugar a otro, gastándose lo que no tenían en buses y taxis que los llevaron a ninguna parte, terminaron convirtiéndose en ‘pacientes de alto costo’ para los que buscar una cura ha sido peor que la enfermedad. 

Pero la deshumanización de la que habla Ana María va más allá de las maromas que los pacientes de las EPS tienen que hacer para sobrevivir. Habla también de los malabares que ella y sus colegas intentan con el mismo propósito: 

En la actualidad un médico general, más o menos recién graduado y sin especializaciones, puede llevar un trajín como el que Ana María tuvo durante todo un año: dos trabajos, jornadas de trece horas y hasta de cuarenta pacientes e infinidad de almuerzos donde el plato se quedó servido. Hay servicios de consulta externa, sabe, donde a los doctores les siguen programando pacientes cada quince minutos, aunque la Ley diga que el tiempo mínimo es de veinte. 

“Ahora tenemos coordinadores médicos que miden nuestra productividad por números… Es la decepción total: uno idealiza lo que va a ser la carrera pero la realidad es muy triste… Además de todo, somos ratones de laboratorio en el modelo de contratación porque quienes trabajamos por prestación de servicios siempre nos atenemos a sorpresas; yo llevo tres años sin tener vacaciones por ejemplo. Y ya conozco muchos compañeros que para poder alcanzar el nivel de vida que esperaban, dejaron de ser médicos”. 

Contrario al lejanísimo tiempo en que estudiar Medicina casi garantizaba un futuro tranquilo, hoy los médicos generales tienen tantos dolores y padecimientos que en todo el país ya se cuentan 17 sindicatos que los agremian junto a especialistas de todas las ramas y sociedades científicas. 

A mediados de marzo, a través de una carta, todos ellos se unieron para quejarse ante al presidente Santos por las condiciones laborales a las que están sometidos, solicitarle el pago de salarios atrasados y, sobre todo, recordarle la urgencia de regresarle la dignidad al oficio de salvar vidas. 

En febrero pasado, la médica María Elena Guerrero hizo una huelga de hambre durante una semana. Fue la única manera que encontró para reclamar por los tres meses de salario que le debían en la IPS Esimed Cali Norte. La misma antigua clínica de Saludcoop. La misma clínica donde David Ballén, un abuelo con 74 años y fallas renales, murió luego de permanecer nueve horas esperando a ser atendido en la sala de urgencias. 

La médica María Elena decía entonces que también era víctima de una persecución por haber liderado las denuncias sobre las fallas en el funcionamiento de la IPS, que en enero desencadenaron la renuncia masiva de 18 médicos generales. “(…) Los médicos estamos cayendo en el juego que nos impone el sistema, en un modelo de salud que obliga a aplicar la medicina a la defensiva. En su defensa, los médicos se están preocupando más por hacer una bonita historia clínica con la cual poder defenderse de la responsabilidad médico-legal, que por verle a la cara al paciente. En su defensa, los médicos están retirándose de la medicina...” escribieron en una carta que firmaron conjuntamente al momento de dejar la clínica. 

La médica María Elena sigue trabajando en Urgencias Pediátricas de Esimed Cali Norte. Cuando levantó la huelga, recuerda, la Personería Municipal estableció un convenio con la clínica para que le pagaran y fue por eso que dejó de protestar. Y le pagaron. Pero solo una parte. Todavía le deben días y días. La médica Guerrero es mamá y por eso sigue aguantando. “Pero estamos cansados, en todas partes los médicos están cansados del abuso y buscando medidas de hecho: los que no se están yendo fuera del país están planeando renuncias masivas”. 

Entonces los pacientes, que no saben nada de eso, terminan sintiéndose tan mal atendidos como la señora María Betsy Ramírez, que pasó tres días en Urgencias de la antigua clínica de Saludcoop y al preguntarle por la calificación del servicio, da libertad a la imaginación para escoger el peor descalificativo que encuentre. 

A los 40 años, el radiólogo Romel Antonio Flórez dice que las inconsistencias del sistema de salud son tantas como para que los líos salpiquen casi por igual en todas las ramas, y sin distingo de años de experiencia. En hospitales públicos y clínicas privadas. Él mismo lidera un grupo de 25 radiólogos que se han sentido atropellados de diferentes formas. 

Las inconsistencias, dice, son tantas que algunas pasan inadvertidas. Así ocurre con la falta de claridad que en el país hay con relación al ingreso laboral de los médicos que llegan del exterior. “Ahora en Cali hay muchos profesionales laborando que llegaron de Cuba y de Venezuela, por ejemplo. Y no tengo nada contra ellos, me alegra que estén trabajando, pero los están contratando por debajo del rango de contratación y eso es un problema nacional porque no hay una legislación que lo regule. Colegas extranjeros hoy uno encuentra en Radiología, hay pediatras, hay internistas…” 

Al pensar en las razones por la cuales hoy un médico sigue enamorado de su profesión en Colombia, y en Cali, el doctor Romel utiliza una metáfora para responder que al corazón, en cualquier circunstancia, nadie lo entiende.  

Credito
JORGE ENRIQUE ROJAS - COLPRENSA CALI - EL NUEVO DÍA

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