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El funeral de la pierna en la Vuelta del Chivo
Algunos habitantes de la zona cuentan que el hecho ocurrió en 1970, en la vuelta del Chivo, cerca de la estación del tren. Tradicionalmente Ibagué ha sido un lugar de paso y este sector fue durante mucho tiempo de tránsito obligado para quienes iban desde el occidente hacia el centro del país y viceversa.
En el 70 no existía la variante y el tráfico de toda clase de vehículos era considerable y representaba enormes riesgos para las personas del sector que se acostumbraron a la estridencia de las tractomulas que diariamente circulaban frente a sus casas.
Amanda*, una señorita de principios, hija de padres sectarios, católicos y ultra conservadores; salió de su casa ubicada en el barrio Eduardo Santos en la tarde de un miércoles con destino a la plaza de la 14, en el centro de la ciudad.
La joven mujer estaba lejos de imaginar que aquel día una parte de su cuerpo iba a morir. Un momento de descuido al intentar atravesar la calle frente a su casa bastó para que un tractocamión la arrollara. Producto del impacto, una de las piernas de la mujer quedó bajo las enormes llantas del vehículo de carga y ante la gravedad de las heridas debió ser amputada.
Al mejor estilo del dictador mexicano Antonio de Santa Anna, quien le organizó un funeral a una de sus piernas luego de que un disparo de cañón se la volara durante la "Guerra de los Pasteles" y que después sus enemigos exhumaron para exhibirla ; los padres de Amanda, la joven ibaguereña que también perdió la pierna en un accidente de tránsito, creyentes y rezanderos, optaron por organizar un funeral para darle cristiana sepultura al apéndice de locomoción que el destino separó del cuerpo de su desafortunada hija aquel atardecer.
Mientras Amanda se recuperaba del accidente, la pierna fue velada en la sala de su casa en un ataúd blanco rodeado de velas. Propios y extraños, asombrados por tan inusual suceso en una ciudad como Ibagué acudieron a observar por última vez la hinchada extremidad de la señorita, antes de que fuera inhumada en el cementerio San Bonifacio donde a diferencia de la pierna de Santa Anna, esta sí pudo descansar en paz.
El diablo y el Ron de Vinola
Una de las leyendas urbanas más populares de Ibagué es aquella que da cuenta de la aparición del diablo durante un baile en el desaparecido club Baltazar, ubicado al margen derecho de la vía que conduce a Armenia, entre los barrios La Hoyada y El Amé, hoy conocidos como Combeima, Baltazar y El Libertador.
A finales de la década del 50, durante una celebración de mitad de año, una bella bailarina proveniente de un país del caribe arribó a la tranquila y silenciosa Ibagué y se instaló en la “Casita de Margot”, un burdel de la zona de tolerancia del barrio El Amé.
Allí cautivó a los asiduos clientes de todas las clases sociales que admirados por su belleza, sensualidad y talento para el baile erótico, rápidamente corrieron la voz entre los demás caballeros alertando su presencia. La información llegó a oídos de un minero de Cajamarca que no dudó en poner a disposición de aquella dama toda su fortuna a cambio de una noche de copas, baile y compañía. La mujer, deslumbrada por las joyas, dinero y demás regalos, accedió a una cita con el galán en el sitio de moda de aquella época, el club Baltazar.
El lugar, de los más bellos de la ciudad, contaba con varios escenarios deportivos, kiosco, piscina y una plaza de toros conocida como “La Guadalupe”. En las noches se convertía en un centro de baile.
Sobre la media noche sonó la canción el Ron de Vinola. En ese momento un hombre alto, de piel morena, vestido de blanco y con la cara oculta bajo el ala del sombrero, llegó hasta la mesa donde departía la pareja y le arrebató la mujer al minero, que inmediatamente abandonó el lugar muy disgustado. Durante horas se escuchó la misma canción mientras el misterioso hombre y la bella mujer no paraban de bailar con evidente destreza y sensualidad.
De repente la mujer observó que los pies de su parejo se convirtieron en pezuñas y gritó despavorida. Después de tan macabra revelación, el lugar quedó a oscuras, la música se apagó y un gran estruendo sacudió el sitio que poco a poco empezó a inundarse producto de una avalancha que la furia del río Combeima descargó sobre las personas que se encontraban en ese momento bailando una canción prohibida por la iglesia.
De la agraciada mujer caribeña nunca más se supo, algunos dicen que la arrastró la furia de las aguas, otros, que días después fue encontrada muerta en una orilla. Desde ese día el club Baltazar dejó de funcionar como en sus mejores épocas, la gente ya no asistía por considerarlo un lugar de malas costumbres y por temor a que el diablo se volviera a aparecer.
Se dice que quienes estaban presentes en aquella fatídica noche de baile y licor, recibieron, junto a la pecaminosa bailarina, un castigo por su mala conducta y por irrespeto a las fiestas religiosas. El Ron de Vinola es una de las canciones más populares durante las celebraciones de fin de año. Fue compuesta e interpretada en un inicio por Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez y tras su muerte en 1949, Discos Fuentes abrió un concurso para encontrar una voz parecida, apareció entonces Julio César Sanjuán Escorcia, conocido como “Buitraguito”, quien murió en el municipio de Piedras el 11 de septiembre de 2017.
El Fraile sin Cabeza
La leyenda del padre o cura sin cabeza está vinculada a Ibagué; habitantes del barrio Belén lo han visto en el parque Centenario.
En la época colonial fue el refugio de un fraile dominico y una monja que vinieron a nuestra ciudad, pues en la actual construcción del Banco de la República existió un convento de los dominicos; ellos abandonaron sus hábitos religiosos para rendir culto al amor y la pasión.
Más tarde hallaron los esqueletos de la religiosa y el monje colocados en la cueva donde permanecían; sus espíritus deambulan por aquel sector de la ciudad.
Refiriéndonos al mismo personaje del padre o cura sin cabeza, en la localidad de Buenos Aires estacionaba la máquina de vapor que proseguía su viaje a Ibagué por la antigua carrilera.
Allí también aparecía el cura sin cabeza en unas colinas cercanas. Según el relato de los antepasados, vivió en ese lugar un religioso ermitaño dedicado a la contemplación de la naturaleza.
El día que el diablo se apareció en una discoteca de la 42
A finales de la década del 90 circuló en Ibagué un rumor que daba cuenta de la aparición del diablo en una discoteca de la calle 42 con carrera Quinta, conocida como Abadía.
Según la leyenda, ocurrió un sábado cuando cientos de ibaguereños acudían a los sitios de entretenimiento nocturno que por aquella época se ubicaban en ese sector. Un misterioso hombre vestido de negro llegó aquel día y despertó la curiosidad de varias mujeres que departían en aquel club nocturno. Una de ellas fue invitada a bailar por el sujeto, quien antes de llevarla a la pista le pidió abstenerse de mirarle los pies.
La dama, impulsada por la curiosidad, desatendió la recomendación del hombre y bajó la mirada. Lo que observó la dejó perpleja. Algunos afirman que se enloqueció luego de aquel escalofriante suceso.
El misterioso hombre no tenía pies, en su lugar se sostenía gracias a dos cascos similares a los de las vacas, lo que llevó a concluir a los testigos que afirman haber observado la tenebrosa escena que se trataba del propio diablo.
Tradición de la brujería en El Salado
En el sector del barrio El Salado de Ibagué se reunían en épocas pasadas las brujas. Hacían reuniones que se llamaban aquelarres, y provenían de diferentes lugares como Ambalema, Gramalotal, Guataquí, La Vega de los Padres, Coello y Girardot.
Trataban de sus relaciones con el diablo, instruían a los jóvenes que estaban aprendiendo el arte de la brujería. Algunas de ellas fueron descubiertas desnudas, cuando les regaban mostaza y mediante variados procedimientos les quitaban el hechizo que las convertía en grandes pajarracos.
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