Alfonso Palacio Rudas, gobernante y conductor ejemplar

Este año se cumplen 100 años de su natalicio. Un homenaje para su pensamiento y doctrina liberal.

En 1950, en el colegio San Simón de Ibagué, sus profesores nos ponían a sus alumnos, como parangón, el ejemplo de un nuevo profesional tolimense que estaba de moda, el doctor Alfonso Palacio Rudas, porque a la temprana edad de 30 años había sido elegido Contralor General de la República de Colombia, por la Cámara de Representantes y siete años atrás hizo notar su destreza en el manejo de los asuntos del presupuesto  y la hacienda pública cuando desempeñó, como niño entre los doctores de la ciencia económica, la secretaría de Hacienda del departamento. En ese entonces Palacio Rudas, comenzó a perfilarse como un novel estadista. Y fue apareciendo, poco a poco de cuerpo entero, la figura del ciudadano, del jurista, del experto en el manejo de los asuntos del tesoro, del escritor y del político que filosofa con propiedad y se encuentra en proceso de alta maduración para ser gobernante.

Cinco años continuos entre el año 1942 y el año 1947, ejerciendo con derroche de conocimientos, rigor científico e imaginación la Contraloría General de la República, nada más ni nada menos que durante los gobiernos de los presidentes Alfonso López Pumarejo, Darío Echandía, Alberto Lleras y Mariano Ospina Pérez, confirman su solidez intelectual, su vocación y su deseo irrefrenable de participar en las tareas superiores que identifican el perfil de un auténtico hombre de gobierno.


En 1967, cuando recibí del presidente Carlos Lleras Restrepo el mayor honor de mi vida,  ser el primer empleado de mi departamento, hablé con el doctor Palacio en busca de su consejo sobre la mejor manera de restaurar y fortalecer las finanzas del departamento, grata tarea en la que me acompañaba como secretario de hacienda su brillantísimo pariente y entrañable amigo nuestro, el irrepetible Gregorio Rudas Chinchilla.


En 1970, el doctor Palacio y yo iniciamos  un diálogo, magistral y enriquecedor para mi, en el resguardo fascinante de su hogar – biblioteca. Estudioso del arte de gobernar, movido por las teorías formuladas para un Estado moderno, me invitó a participar en la política, junto con otras figuras mozas, recién aparecidas en el escenario regional, porque él creía que siempre debe existir una generación de jóvenes en permanente disponibilidad para rescatar y defender los valores de su tierra. Yo agradecí su gesto y, sin vacilar, le reafirmé mi propósito de seguir trabajando por construirle un cauce propio a la defensa de los derechos sociales en Colombia.


Antes de 1980 me encontraba en Madrid invitado por una influyente organización española que promovía la defensa de los consumidores y, estando allí, supe que el doctor Palacio se encontraba con su inigualable esposa, doña Magdalena, asistiendo a una de tantas jornadas históricas en las que él fue protagonista excepcional en la construcción de una política universal que protegiera la economía cafetera y, por ende, nuestra propia economía que durante tantos años había dependido del café.


Cuando llegué a Londres, también se encontraban en el lugar el joven Juan Manuel Santos, quien lo llamaba “mi maestro” y fue su entrañable amigo, y Jorge Cárdenas Gutiérrez que ya era experto en conducir las riendas de nuestra economía cafetera.


En nuestra conversación salió a relucir Jhon Ruskin, el pensador inglés que sirvió de inspiración al magistral Mahatma Gandhi y que estableció como punto de partida de sus escritos que la economía sólo es buena, cuando, es buena para todos, a plenitud, principio alrededor del cual había surgido una formidable identificación entre el presidente Echandía y el doctor Palacio Rudas, - creencia que - por lo demás – habían compartido, igualmente, con el doctor Alfonso López Pumarejo – consistente en que la propiedad privada debe cumplir una función social y que, por lo tanto, el ejercicio del derecho de propiedad no puede llegar hasta el abuso en el hacer y en el no hacer uso de él.


Luego, cuando asumió el Ministerio de Hacienda, como líder de la política de la moneda sana, apoyó con entusiasmo el trabajo de la Confederación Colombiana de Consumidores y nos inspiró para crear la Fundación Pro Defensa del Consumidor con el propósito de realizar una tarea de investigación y análisis sobre las prácticas indispensables para proteger el ingreso de los consumidores, defender sus derechos y procurar su bienestar. En ese momento descubrí que el doctor Palacio Rudas era, quizá, el primer ministro de Hacienda colombiano que visitaba personalmente las plazas de mercado, para comprar en ellas y pulsar la variación de precios en los productos de primera necesidad.


Tanto secundó el doctor Palacio Rudas nuestra tarea, que la Confederación Colombiana de Consumidores tuvo a bien designarlo como su presidente honorario.


Más tarde, en 1990, por bondad suya fui su compañero de fórmula por el Tolima, para la elección de los miembros constituyentes, circunstancia afortunada que hizo mucho más fluido y fundamental mi diálogo con el doctor Palacio.    


Dentro de las aproximadamente ochenta normas que él inspiró y, aún, redactó, para la nueva Carta, apareció su mano maestra el consagrar la necesaria intervención del Estado para apoyar y consolidar la participación ciudadana, el respeto a la dignidad y los intereses económicos de los consumidores y la obligación del Estado de garantizar la prestación eficiente y oportuna de los servicios públicos a todos los habitantes del territorio nacional, tesis  que defendió vigorosamente en compañía de los doctores Carlos Lemos Simonds y Guillermo Perry Rubio. Fue entonces cuando el doctor Palacio en una de sus extraordinarias formulaciones sentenció que “habrá tanto mercado como sea necesario para asegurar el progreso y el desarrollo, y tanta intervención del Estado como lo exija el interés social”.


Fue generoso y gentil. Pues luego de clausurarse la Asamblea Constituyente, me hizo entrega de la publicación “El Cofrade Alfonso Palacio Rudas”, con esta dedicatoria: “para mi admirado amigo Ariel Armel, mi compañero en la campaña de elección de constituyentes. Sin su ayuda quizá yo no habría llegado”.


También fue inspirador el doctor Palacio del artículo 103 de la Constitución Nacional que ordena al Estado contribuir a la organización y capacitación de las entidades comunitarias, con el fin de que estas puedan participar activamente en el control de la gestión pública.


En fin, el preclaro profesor dialéctico, economista, jurisconsulto, parlamentario, escritor, doctrinante y filósofo original, Alfonso Palacio Rudas, quien fue como aquellos de quienes Platón afirmaba, “que estaban llamados a gobernar la República”, honró con su vida y su obra a todos los tolimenses y al país.


Podemos decir, entonces, con el poeta, que si las cordilleras terminan en cumbres y los pueblos en hombres, la estirpe tolimense, ha tenido como estandarte y cima a un ser luminoso, Alfonso Palacio Rudas, quien vivió y murió en permanente olor de rebeldía intelectual y de humanismo.

Credito
ARIEL ARMEL

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