¿La victoria de Ben Laden?

Definitivamente no hay enemigo pequeño. En 2004 Osama Ben Laden describía cómo las guerrillas de los muyahidin habían desangrado financieramente a Rusia hasta provocar su bancarrota, y aseguraba que contra EE.UU. Al Qaeda seguiría la misma estrategia.

Se refería a las invasiones norteamericanas de Afganistán e Irak, y se mostraba feliz por el hecho de que George W. Bush cometiera los mismos errores del líder ruso, Leonid Breshnev. Tras los atentados de 2001 Bin Laden habló extensamente de los perjuicios económicos que habían causado los ataques a EE.UU.

 

“Según lo admiten los propios americanos, las pérdidas de Wall Street alcanzaron el 16 por ciento”, dijo, jactándose de que la destrucción de las Torres Gemelas, las pérdidas de productividad y otros daños colaterales representaran pérdidas cercanas al billón de dólares. Desde el 11S de 2001 el gasto público norteamericano ha crecido exponencialmente.

 

El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz estima que sólo los costes de la guerra de Irak superarán los tres billones de dólares y los de Afganistán un billón más; que, además, los gastos en seguridad interna desde esa fecha añaden otro billón y que los costes indirectos tampoco son desdeñables. El gasto militar estadounidense es de 500 mil millones de dólares al año, lo que equivale a la mitad del gasto militar mundial.

 

La deuda pública federal es, en la actualidad, de 14.3 billones de dólares, a la que hay que sumar los tres billones de la deuda de los gobiernos estatales y municipales y otro billón producto del déficit de sus sistemas de pensiones.

 

Por ello el almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor, ha advertido que “la mayor amenaza a la seguridad nacional sea hoy nuestra deuda”. La superpotencia gasta en defensa un 50 por ciento más que hace una década, más que durante los años de la Guerra Fría, cuando el rival era la Unión Soviética y no un enemigo que sin ejército, armada y fuerza aérea.

 

El déficit público norteamericano equivale al 11 por ciento PIB y la deuda pública es equivalente al 98 por ciento del PIB norteamericano, razón por la cual se está hablando de la posibilidad de que EE.UU. entre en bancarrota. Una situación que nadie desea, por los devastadores efectos que tendría.

 

Este tema es propicio para una reflexión. No pueden haber guerras eternas, por una razón: son insostenibles. No creo que aún se haya hecho, pero valdría la pena sumar lo que nos ha costado la guerra colombiana solamente durante la última década. No se ha hablado de esta cuestión y más valdría que se hiciera ahora que la ayuda financiera norteamericana ha comenzado a marchitar y seguirá marchitando, en lo que se conoce como la nacionalización del Plan Colombia.

 

Va a ser interesante ver cuánto se apropia este año para asistencia militar a Colombia en el presupuesto de EE.UU. El Senado de ese país no quiere ampliar el cupo de endeudamiento y el Gobierno no tiene cómo atender satisfactoriamente sus obligaciones crediticias. Los recortes presupuestales serán inevitables. Al final, los republicanos terminarán cediendo, pero el mensaje que queda es que el imperio está en dificultades.

 

Ello explica por qué ha comenzado a retirarse de Irak y de Afganistán, su gasto militar lo está literalmente ahorcando. El movimiento talibán está de plácemes, en dos años o antes podría estar de nuevo instalado en Kabul. Osama Ben Laden ya está muerto. Sin embargo, la guerra continúa y EE.UU. parece estar desfondado. Al final, ¿quién puede decirse que va a ganar la guerra? Creo que el asunto merece pensarse. No hay enemistades ni guerras eternas. Precisamente para eso se inventó la política.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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