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Algunos dirían que era una sentencia desproporcionada, bajo la lógica de que peores cosas han pasado y que en otras regiones se han perdido más recursos.
Sin embargo, además de los escenarios de los juegos deportivos nacionales que se constituyeron en caso emblemático por la implicación directa de un ex alcalde y varios funcionarios públicos, hay verdaderos agujeros negros que se siguen absorbiendo el presupuesto oficial ante la mirada impávida de la ciudadanía que terminó por naturalizar este tipo de prácticas.
Si hay un elefante blanco por sus dimensiones colosales y hasta por su color, sin duda es el Panóptico de Ibagué.
Esta semana se anunciaron 1.500 millones más de inversión para adecuar parte de la infraestructura que ya había sido recuperada.
Han pasado tres gobiernos desde cuando empezaron a darse las primeras inversiones sobre este escenario, un día pensado para ser museo de la capital andina de los Derechos Humanos y hasta hoy su funcionalidad se ha limitado a contados eventos sociales que no lo salvan del evidente deterioro y detrimento patrimonial.
Incontables son las veces que los políticos de turno han anunciado inauguraciones con pompa y jolgorio, la última vez con 13 mil millones de por medio, pero ni siquiera la mencionada zona destinada a la actividad comercial funciona.
El patrimonio arquitectónico sometido a absurdas intervenciones justificadas por los expertos como pañetar los antiquísimos muros que contaban la historia del penal, terminaron por seguir el trágico destino de todo lo público: tierra de todos, tierra de nadie.
El único usufructo parecieran dárselo los grupos de consumidores que aprovechan el día y la noche para hacer su viajes, las parejas de enamorados que buscan satisfacer su deseo poniéndole un toque de adrenalina y las camadas de aedes aegyptis que se reproducen en las aguas estancadas cuando las circunstancias les favorecen.
Y mientras tanto todos callamos, callan los gremios económicos que deberían haber formulado una propuesta para asumir el comodato de este espacio, si la incompetencia del sector gubernamental impide una adecuada administración, calla la academia, callan los órganos de control político, disciplinario y fiscal, callan las veedurías ciudadanas, calla la justicia con su actuar paquidérmico.
Nos hacemos cómplices de este robo descarado e imparable de la cosa pública, mientras leemos los titulares de prensa que anuncian más y más dinero a la cesta de la basura.
Desde aquí, solo podemos alzar la voz para sacudirnos del letargo, en la esperanza de que alguien pare este desangre de abuso y corruptela.
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