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La historia de las civilizaciones también da cuenta que este tipo de prácticas, casi siempre se expresaban con particular monumentalidad cuando quien ostentaba el poder poco recibía el favor de sus súbditos o tenía el mínimo respeto de sus oponentes.
Así lo cuentan innumerables relatos de conquistadores, emperadores, reyes, faraones y papas.
Con el paso de los siglos estas prácticas, muchas de ellas deshaumanizantes y abolidas con la esclavitud, quedaron en desuso y relegadas a los hatos de ganadería nada más como una manifestación de pertenencia sobre los animales.
Sin embargo, en las desviaciones de las sociedades modernas han sido las mafias las que han traído de regreso estas abominaciones marcando con tatuajes pechos y derrieres de damas de compañía o incluso la frente de las víctimas, como un sello inequívoco de muerte, intimidación y demostración de poderío.
Todo este contexto resulta necesario para entender la historia que en azulilla, (no en negrilla) se pretende escribir en Ibagué.
Los brochazos de azul de metileno en parques públicos, escenarios deportivos y sitios de interés cultural parecen ser una medida desesperada para hacernos saber que tienen el poder, que lo están ejerciendo (cosa que ya sabemos) pero en especial que están por todas partes y que lo están haciendo bien.
Más allá de las encuestas que le otorgan alguna ventaja a su favorabilidad, lo cierto es que la abrumadora percepción de falta de autoridad y desgobierno, nutrida por una estela de desaciertos e improvisaciones hacen que ni 10 capas aplicadas de ese azul rey logren tapar el rojo del saldo en caja que tiene esta administración y su gobernante con quienes le eligieron.
En definitiva no es “grafitiando” la ciudad, ni gastando el presupuesto público en galones de azul intenso como Hurtado va a obtener la aceptación de un líder.
Han de saber los asesores del Palacio Municipal que Ibagué tampoco es su meretriz y que marcándola con obsesiva posesión aún con tinta indeleble, tampoco la van a hacer suya, ni se van a quedar eternamente.
La ciudad es de los ciudadanos, no de una casa política, no de un gamonal, no de un gobernante. La ciudad no es su finca, ni los Ibaguereños sus esclavos aunque hayan demostrado en poco tiempo cual diestros son en el manejo de los grilletes del chantaje por el contrato de trabajo a expensas de las marcadas necesidades de la gente, el favor o la concesión al líder barrial.
Pueden izar incluso banderas azules mientras van arriando el amarillo, verde y rojo de nuestro estandarte, pero nisiquiera así van a hacer que Ibagué vibre.
Déjense de simbolismos y maquillajes accesorios, cesen en su ataque de conquistadores desafiando la identidad de los ibaguereños por su ciudad, dediquen sus esfuerzos y el tiempo que les queda a gobernar.
Que Ibagué los recuerde por su gestión, por su grandeza no por haber sido quienes gobernaron con la brocha.
Que el sol brille a sus espaldas antes de desteñir su imagen como con el tiempo de seguro lo hará en el azul de frenesí que identifica su sello de gobierno.
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