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Desde que se echó a rodar la propuesta no han sido pocas las voces descalificadoras.
Incluso en escenarios como el Concejo de la ciudad hay un contubernio de mayorías, quienes venden el discurso el que un cambio de administración, ahora, significaría un retroceso en el desarrollo de Ibagué, anteponiendo el miedo como recurso para justificar la continuidad del mandatario.
Como ellos, líderes, contratistas y gobiernistas, cada uno a su modo, protegiendo sus intereses... su cuchara.
Sin embargo, en medio de una explosión de inconformidad ciudadana, del desprestigio de las instituciones, de la falta de credibilidad, valdría la pena preguntarse dónde queda la dignidad y la honorabilidad en el ejercicio de la política.
Si el precio de una crisis de gobernabilidad es más alto que el de la corrupción, la ausencia de ética en el proceder público y el todo se vale para aferrarse al poder.
Habría que preguntar lejos de apasionamientos, con verdadero espíritu demócrata a quienes endosaron su criterio a cambio de un salario, a quienes resguardan la mermelada bajo la figura de un Alcalde, si existe lugar para ponderar la trampa, la mentira, el delito y el engaño.
Cierto es que el aparato judicial en Colombia ha sido utilizado tradicionalmente como herramienta de persecución política, pero quizás es la única instancia en la que todavía se puede y se debe depositar confianza ante el colapso del estado social de derecho.
Ningún ciudadano por rico, pobre, poderoso o inerme debería evadir requerimiento alguno de la justicia, menos jugar sucio para confundirla, distraerla o desgastarla.
Por eso, resulta no menos indecoroso que quien hoy se reviste del poder otorgado por la ciudadanía burle la figura encarnada de la Diosa Temis en los jueces de la república apelando con dolo a una vulgar estrategia de silencio y dilatación en la cómoda autopista hacia la prescripción de la acción penal, que ante los ojos de los ibaguereños no es otra cosa que el reconocimiento de la culpa.
¿Qué teme debatir en los estrados el alcalde Andrés Hurtado si se acompaña del sosiego que da la inocencia?
¿Qué oculta con tanta desesperación para haber torpedeado en al menos ocho oportunidades el desarrollo de un juicio en igualdad de armas a través de su abogado de confianza y luego utilizando sus influencias en la Defensoría del Pueblo?
¿Qué hay detrás del relevo en la bancada de la defensa en cuatro oportunidades, en menos de un mes?
Es increíble y deshonroso para la figura que representa Andrés Hurtado negarse a atender el llamado del titular de un despacho judicial para responder si designaría apoderado en su proceso y formular apelaciones absurdas ante los magistrados del Tribunal Superior de Ibagué buscando incluir testigos sin relevancia o promover la censura del Juez y la Fiscal del caso acusándolos de faltar al principio de la imparcialidad.
Ni qué decir de otras sombras que se ciernen sobre el expediente con las sistemáticas amenazas de las que han sido blanco testigos y el mismo togado al frente de esta causa.
Ese comportamiento merece el más contundente reproche de la sociedad y de todo aquel que en independencia se diga defensor de la verdad, los valores y la moral.
No es admisible que hoy la gerencia de la ciudad esté en manos de un funcionario enjuiciado y a punto de ser imputado en un nuevo expediente.
¿Cuál es el mensaje que se envía a las futuras generaciones?, ¿Acaso que en el delito de cuello blanco por grande o chico que este sea, existen mil y una formas de salir airoso y en lugar de ser castigado obtener aplausos?
¿Es la filosofía mejorada de la viveza?, ¿Una apología a lo que en criminología se llama asociación diferencial, es decir conducir a otros a cohonestar y asociar con el delito?
Definitivamente se necesita mucho coraje para frente al peso de los hechos blasfemar en el discurso, proclamándose como ungido por la Divina la Providencia para gobernar, mientras se es el rey de la artimaña.
Cobran hoy toda validez las palabras del ilustre jurista Hernando Hernández Quintero quien al renunciar al Concejo de Ibagué dijo preferir la consciencia tranquila y no jugarle a la doble moral.
Un buen ejemplo de dignidad en el oficio dedicado a quien en cambio podría patentar la fórmula para conciliar el sueño mientras la conciencia no calla.
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