Estado desarticulado

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Son muchos los que piensan que el sector público funciona mal. En algo tienen razón. También son numerosos los que consideran que la eficiencia del sector privado se podría llevar a lo público. Son tecnócratas los que quieren gerentes en los puestos de dirección del estado y que la lógica empresarial lo guíe. En eso se equivocan. Ese no entender dos lógicas distintas y que funcionan diferente los ha llevado a cometer errores que empeoran la ya deteriorada marcha del estado.

La lógica de lo privado es producir ganancias, rentabilidad. Al trasplantarla a lo público se habla entonces, de manera eufemista, de ganancias sociales. A los ministerios, al igual que a las secretarías de gobernaciones y alcaldías, copiando a las empresas, se les pidió que construyeran misiones y visiones particulares. Así se fracturó el estado. Cada instancia gubernamental asumió que lo único importante era lo misional. Lo que se saliera de lo misional era espurio. La parte impidió ver el todo. A la creatividad y a la iniciativa se les cortaron las alas y lo rutinario gobernó. Los programas se convirtieron en rígidos, descontextualizados, poco flexibles. Desaparecieron las dinámicas propias y solo quedaron las inerciales.

Como si lo anterior fuera poco, por ser las misiones distintas, se actúa por separado, como islas o compartimientos estancos, como ruedas no articuladas, que si bien muestran resultados, no inciden de manera significativa en todo el proceso del estado. Revisando con detalle los informes de gestión, encontrará una larga lista de acciones aisladas que no transforman la realidad pero que sí permiten ejecutar de manera diligente el presupuesto.

Esta desarticulación en el funcionamiento del estado hace que se dilapiden recursos, se dupliquen esfuerzos, se atienda de manera descoordinada, incoherente, inoportuna y discontinua a la ciudadanía. Los llamados al trabajo en equipo no dejan de ser buenas intenciones que muy poco se concretan. Cada uno tira para su lado y busca sobresalir aún a costa de los demás. Por eso, algunos informes son inflados, maquillados y casi siempre fuera de contexto.

La solución no es un detallado manual de funciones o un capataz estricto vigilando oficinas. Tampoco un cuadro gigante presidiéndola con el organigrama de la institución. Y menos las cámaras de vigilancia ocultas en sitios de trabajo. A lo público se le critica de forma inclemente casi siempre desde el desconocimiento y la ignorancia. En el Estado hay gente valiosa, honesta y capaz a la que sólo se le mide desde la mirada obsesiva de la corrupción…

Para superar estos escollos se requiere de liderazgos integradores. Que convoquen emocional y racionalmente al trabajo en grupo. Que convenzan con acciones, palabras, conocimientos y proyectos para desarrollar procesos de integración, articulación de funciones, a pensar en colectivo, a la creatividad e iniciativa permanente, a la flexibilidad y vocación de servicio.

Las dinámicas de lo público necesitan personas con conocimientos políticos, técnicos y de eficiencia administrativa. No gerentes ni meros tecnócratas. El estado urge de la buena política para que lo lleve a buen puerto. No de la politiquería cargada de clientelismo, intereses personales, ignorancia y corrupción. El estado necesita buenos políticos. ¿Los hay?

Credito
AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA

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