Hace unos 130 años el jurista Nicolás Esguerra, en su condición de presidente de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, condenó los ánimos pendencieros de los dirigentes nacionales que solían declarar la guerra, o inducirla, como una forma de hacer política.
La Constitución de 1886 fue proclamada el 5 de agosto por el presidente encargado José María Campo Serrano, aunque sus grandes inspiradores fueron Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro. Un año antes se había sucedido -en el municipio de El Banco, Magdalena- la Batalla de la Humareda, la cual le permitió a Núñez anticipar sus bien conocidos propósitos políticos en una célebre frase: “La Constitución de Rionegro ha dejado de existir”.
El 20 de julio, ciertamente, no fue el día de la independencia. Se reunió en Santafé un Cabildo Abierto, como ya había ocurrido en el pasado, pero ahora la inconformidad social encontró estímulos nuevos en el hecho de que Napoleón invadió la península ibérica y apresó a su rey. Tanto en España como en América surgieron Juntas Autónomas en rechazo al asaltante francés, las cuales ejercerían el gobierno mientras el rey estuviera cautivo y hasta tanto pudiera volver a asumirlo.
Alfonso López, el viejo, pasó a la historia por su enorme liderazgo político y su valioso legado en materia de realizaciones económicas y sociales. Pero también porque llevó al gobierno a quienes llamó las “audacias menores de cuarenta años”. Su célebre “revolución en marcha” tuvo en Darío Echandía y en Alberto Lleras las audacias más jóvenes y lúcidas del proceso reformista. Hubo otros dos jóvenes líderes que merecen citarse: Gaitán el duro y Turbay el hábil, como los llamó Antonio García, también proyectaron su brillante inteligencia sobre el país, aunque desaparecieron abruptamente de la escena pública cuando habían asumido a plenitud su responsabilidad dirigente.
Desde los años ochenta algunos especialistas pusieron en duda la tesis anglosajona de que las mayorías son para gobernar y las minorías para oponerse. Ese era una especie de dogma que se expresaba en el esquema gobierno-oposición y que, en el afán de copiarlo todo, compramos en Colombia. Por el contrario, para aquellos entendidos –politólogos, juristas, sociólogos, economistas- el sistema de la democracia mayoritaria puede devenir en gobiernos no democráticos, porque excluye el principio de que “todos los que se ven afectados por una decisión, tienen derecho a participar en la correspondiente toma de decisiones”.
Las sociedades plurales son un fenómeno que la Modernidad ignoró por siglos, pues asumió como homogéneos a pueblos diversos sobre los cuales construyó el estado-nación. Les impuso, de arriba hacia abajo, los valores y las instituciones de una Europa emergente que se negó a aceptar la evidencia de un pluralismo que ya había conocido en los fueros medievales Ibéricos y en las ciudades italianas del Renacimiento.
El triunfo de Gustavo Petro puso en claro dos cosas que no suelen resaltarse: La vocación civil de los colombianos y la fortaleza institucional del país. Por eso Colombia mantiene las formas democráticas más antiguas y estables de América. No hubo amenazas, ni violencia el día de las elecciones, ni duda alguna sobre el resultado electoral.
Una de las tragedias de este país es que la política no funciona como doxa sino como dogma. La sobreideologización de la guerra fría extendió sus secuelas por el tercer mundo y ocasionó profundo daño al funcionamiento de sus sociedades.