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Pensar la ciudad a largo aliento implica, entre otras cosas, preocuparnos por la planeación y la infraestructura, pues pareciera ser que las administraciones, tanto las de tiempo atrás como la actual, le dejan toda la carga del desarrollo económico a los particulares, porque poco vemos que sea el Estado el que diseñe y establezca las condiciones mínimas para una correcta explotación económica de nuestros recursos.
Si bien la evidencia nos puede mostrar que aun cuando las particularidades propias de cada ciudad nos llevaran a pensar que han sido planificadas, lo cierto es que no y muchas veces responden es a incentivos propios de las relaciones entre ciudadanos, que en la mayoría de los casos hacen que estas configuraciones de ciudades, como la nuestra, sean el resultado de interacciones a nivel micro que en el agregado total dan forma de ciudad.
Es lo que Friedrich Von Hayek denomina órdenes espontáneos, consistente en que “los esfuerzos de dichos individuos están coordinados por el ejercicio de una iniciativa individual y que esta auto coordinación justifica la libertad en el campo público. Es decir, que las acciones de tales individuos son libres porque no están determinadas por ningún mandato específico, proceda este de un superior o de una autoridad pública”.
Y aún cuando podamos aceptar que es así, lo cierto que el Estado no puede olvidar que implementar las condiciones de acceso a los recursos es su responsabilidad, no de los particulares. Y aquí quiero hacer énfasis en dos ejemplos que impactan de manera negativa la posibilidad, por un lado de impulsar el turismo como fuente de ingresos y, por el otro, de generar crecimiento y desarrollo, así como garantizar el mínimo vital de nuestros ciudadanos.
El primero de estos ejemplos es el aeropuerto de Ibagué, que no le ofrece a la ciudad, porque no la tiene, ninguna ventaja competitiva frente a otras ciudades, esta estructura, que debería ser una facilidad común que nos acerque al escenario nacional como destino turístico, nos arroja a un ostracismo en esta materia.
El segundo, es el sector rural de la ciudad, sin vías de acceso, que la hace muy difícil de explotar y aprovechar ecoturísticamente y hacerlo atractivo a quienes tienen la intención de visitarnos, teniendo en un completo abandono a los habitantes del sector, tanto en la distribución del presupuesto como en las prioridades del desarrollo municipal, de una parte, como si no creyéramos que es una fuente importante de recursos, pero, por otro lado, es como si olvidáramos que son ibaguereños y hay que garantizarles el mínimo vital como presupuesto indispensable de un Estado Social de Derecho.
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